Page 78 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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por ejemplo, o Greenland, que significa literalmente Tierra Verde, fue el nombre dado a esa
                  inmensa isla, totalmente cubierta de nieve, por Eric el Rojo, el caudillo vikingo, en el siglo X, para
                  atraer, mediante una publicidad embustera, a aquel lugar, a sus compatriotas que se resistían a
                  abandonar la comparativamente más clemente Islandia.

                  Cuando Bartolomé Dias, el gran navegante portugués, contorneó el Sur del Continente africano en
                  1488, tropezó con tan tremendas tempestades que llamó al lugar Cabo de las tormentas. Pero el
                  rey Juan II, convencido de las ventajas de un buen nombre que incentivara a sus súbditos a
                  continuar navegando en busca de la ruta de las Indias, ordenó que en todos los mapas y cartas de
                  navegar el Cabo de las tormentas se llamara, desde entonces, Cabo de Buena Esperanza, que ha
                  perdurado hasta hoy.

                    Magallanes tuvo la increíble fortuna de cruzar el Océano situado al Oeste del Continente
                  americano sin encontrar una sola tormenta, por lo que lo bautizó con el nombre de Océano
                  Pacífico, cuando es precisamente ese océano el escenario de las mayores Tempestades de todo
                  el mundo.

                  Cristóbal Colón, que zarpó de las costas españolas en busca de un camino más corto para llegar a
                  la India, murió sin saber que había descubierto un nuevo Continente. Por tal razón, el nombre de
                  indios se les ha aplicado, desde entonces, a los pieles rojas aborígenes. Y América debe su
                  nombre al navegante italiano Américo Vespucci, cuyos méritos fueron muy inferiores no sólo, a los
                  de Colón sino a los de otros muchos navegantes y exploradores españoles, franceses,
                  portugueses e ingleses.

                  Los ejemplos que acabamos de citar, y otros que omitimos para no hacer el relato excesivamente
                  prolijo, tienden a probar que los mitos geográficos e históricos pueden tener motivaciones políticas,
                  o ser causa, simplemente, del azar. Otros se deben a la falta de comprensión o incluso a
                  incidentes chuscos. Por ejemplo, en las islas Samoa, en el Océano Pacífico, el importante puerto
                  de Pago-Pago debe su nombre actual al hecho de que el misionero que, en el siglo XIX, empezó a
                  imprimir un periódico allí, se encontró con que en su imprenta le faltaba la letra n.    De manera que
                  imprimió el verdadero nombre polinesio de la isla, Pango-Pango, y, por supuesto, muchas otras
                  palabras, sin la n. Y Pago-Pago nació con tal motivo.    Otro misionero inglés, que trazó el primer
                  mapa de Alaska hacia 1850, ignoraba el nombre de la ciudad más septentrional del país, razón por
                  la cual, en su mapa, escribió Name, es decir, en castellano, ¿Nombre. Cuando los norteamericanos
                  compraron aquel territorio a los rusos copiaron el mapa y tomaron la a de Name por una o y así
                  surgió el nombre oficial de Nome. Y cuando el explorador español Francisco Fernández de
                  Córdoba desembarcó en la península de Yucatán, le dio tal nombre porque al preguntar a los
                  indígenas el nombre del país, estos le contestaron, efectivamente Yucatán. Lo que no podía
                  sospechar el explorador andaluz era que Yucatan, en idioma Maya significa No te comprendo.

                  Otro caso curioso, aunque tal vez aquí convendría más el epíteto de ridículo. Cuando, en Estados
                  Unidos, hacia 1860, se necesitó un nombre para la zona minera de Pike's Peak, el Senador
                  George M. Willing sugirió el de Idaho, una palabra india que, según él significaba precisamente
                  perla de la montaña. El nombre fue aprobado por una resolución del Congreso de los Estados
                  Unidos, en 1863. Idaho alcanzó la categoría de Estado de la Unión en 1890, a pesar de haberse
                  descubierto que tal nombre no significaba precisamente perla de la montaña, sino excremento de
                  búfalo.


                  Sería grave error creer que tales mitos históricos son cosa de ya superadas. En la actualidad
                  continúan ocurriendo, y, además, todo parece indicar que seguiremos cultivando mitos hasta el
                  punto de que será muy difícil distinguirlos de la realidad. Los mitos contemporáneos están
                  motivados por la política imperante. Un caso flagrante de mixtificación histórica es el de Ghana.
                  Cuando los nativos negros de la antigua colonia británica de Costa de Oro, al mando de un líder,
                  Nkwame Nkrumah, subvencionado por los servicios de la N.K.W.D., se sublevaron contra la
                  metrópoli, para dar un lustre artificial al estado que se proponían crear, inventaron -o alguien
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