Page 76 - Bochaca Oriol, Joaquín Democracia show
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pulgadas. Los alemanes encargaron a uno de sus expertos en armas que investigara esa nueva
                  arma. Había mucho interés en poder usarla cuanto antes. Pero nuestro hombre no era de esos a
                  los que se pueden dar prisas. Hasta Abril de 1944 no entregó un enorme dossier detallando hasta
                  los más minuciosos aspectos y capacidades del cañón. No obstante, el experto hizo constar que
                  no sería posible utilizar esa arma hasta pasados dieciocho meses, ya que durante sus cuatro años
                  de investigación había usado todas las municiones disponibles para llevar a cabo sus pruebas y, al
                  haber olvidado tomar la precaución de anotar las características de los proyectiles, necesitaría un
                  año y medio para solucionar el problema.    No obstante, mi general, -le dijo al iracundo Von
                  Rundstedt- no se preocupe Vd.    Todo está en el dossier ( 125).

                  Otro récord mundial que sospechamos tardará en ser batido es el del Teniente Hiroo Onoda, del
                  Ejército Imperial Japonés, que detenta la marca del soldado que más combatió -o, por lo menos,
                  que más tiempo estuvo en servicio- en la Segunda Guerra Mundial.    En efecto, a pesar de la
                  continua ausencia de oposición armada durante veintinueve años, el Teniente Onoda, cada
                  mañana, salía de su guarida en una remota isla de las filipinas y disparaba una salva en honor del
                  Emperador. Hasta que el 10 de marzo de 1974, a las tres de la tarde, fue convencido por unos
                  turistas de que la guerra había terminado en 1945. En realidad, ya en aquella época se le
                  arrojaron, desde aeroplanos, sacos conteniendo cartas en las que se le decía que podía regresar a
                  casa y que vendrían a buscarle, en helicóptero, a tal fin. Pero él creyó que era un truco de los
                  yankis para engañarle y se escondió ( 126).

                  Y ya que nos ocupamos de temas militares, creemos que debe ser mencionado el caso de la
                  ocupación británica de las Islas de Georgia del Sur, donde se batió, a nuestro juicio, el récord
                  mundial de las ceremonias ridículas. El capitán Alfredo Astiz, comandante de la guarnición
                  argentina se rindió oficialmente al capitán David Pentreath de la fragata Plymounth y al capitán
                  Nicholas Barker, de la Endurance. La rendición se llevó a cabo con puntillosa ceremonia en la sala
                  de oficiales del Plymounth, y el documento de rendición, escrito en tinta china y letra redondilla en
                  un papel con los anagramas del Plymounth y del Endurance, fue redactado en el mismo estilo
                  literario que se hubiera empleado en tiempos de Nelson
                    Por este solemne documento entrego incondicionalmente la base de Leith, en Georgia del Sur, y
                  sus alrededores, con todas sus fortalezas, en el nombre del gobierno argentino a representantes
                  de la Marina Real, de Su Graciosa Majestad Británica, este vigégimosexto día del mes de Abril del
                  año de mil novecientos ochenta y dos. El Capitán Astiz, añadió de su puño y letra Debido a la
                  superioridad de las fuerzas enemigas, me entreno, con honor, a las fuerzas británicas. El capitán
                  Astiz vestía uniforme de gala y entregó su sable al capitán Pentreath. Este lo tomó y se lo entregó,
                  a su vez, a un subalterno. Luego ambos jefes se cuadraron. Luego se dieron la mano. A
                  continuación se repitió el ritual con el capitán Barker, omitiendo, claro es, la entrega de la espada.
                  A continuación los tres jefes y el capitán del buque argentino Santa Fé, que se había rendido tras
                  unas cuantas salvas que no le habían alcanzado, se reunieron para celebrar un ágape con velas
                  (127).        Precisemos, incidentalmente, que apenas se abrió el fuego y no hubo, afortunadamente,
                  un sólo muerto. Sólo un soldado argentino herido en la pierna. Otro soldado argentino murió según
                  parece, de accidente desgraciado, al huir de una patrulla inglesa que le perseguía por haberle visto
                  salir corriendo de unos almacenes militares.    Ciertamente, el fastuoso boato de la ceremonia de la
                  rendición no guardó proporción con la magnitud de la batalla.


                  Antes hemos hablado de duelos de honor. Ahora queremos referirnos al más desgraciado de los
                  duelos nacionales que se recuerdan. Nos referirnos a duelos obituarios. La República de la India
                  estaba postrada en el dolor, ese 22 de marzo de 1979 tras haber Anunciado al Parlamento, el
                  Primer Ministro Morarji Desai, que el gran patriota y más veterano de los estadistas, Jayaprakash
                  Narayan, había muerto en un hospital de Bombay. El primer Ministro pronunció, entre sollozos, que
                  pronto se    contagiaron a los padres de la patria, un fúnebre elogio y anunció el aplazamiento de la
                  sesión parlamentaria.    Las banderas fueron puestas a media esta. La noticia fue comunicada a
                  todo el Sub-Continente Indio. Las emisoras de radio emitieron música funeraria. Las escuelas y las
                  tiendas cerraron en todo el país.    Se observó una hora de silencio, sólo turbado por las ondas de
                  la radio con su música sacra. Todos estaban contrariados por la horrenda noticia, pero nadie más
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