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RASSINIER : La mentira de Ulises



                            Se estremece uno al pensar que semejante razonamiento haya podido ser hecho por su
                       autor sin turbarse, y se haya propagado entre el público sin levantar irresistibles movimientos
                       de indignada protesta. Para comprender bien todo el horror, conviene saber que el Kapo
                       escogía a su vez a sus colaboradores en función de imperativos que tampoco tenían nada de
                       común con la competencia. Y entender que éstos que a sí mismos se llaman «jefes de los
                       presos», exponiendo a millares de desgraciados a la enfermedad, golpeándoles y robándoles su
                       comida, les hacían cuidar finalmente, sin que la S.S. les obligase a ello, por personas que eran
                       absolutamente incompetentes.
                            El drama comenzaba en la puerta de la enfermería:

                                     «Cuando finalmente llegaba allí el enfermo, primero tenía que formar fuera
                               en la cola, aun con mal tiempo, y con el calzado limpio. Como no era posible
                               examinar a todos los enfermos, y por otra parte se encontraban entre elles muchos
                               presos que sólo tenían el comprensible deseo de huir del trabajo, un fornido portero
                               preso procedía a la primera selección radical de los enfermos.» (Página 130.)

                            El Kapo, escogido porque era comunista, elegía un portero no porque fuese capaz de
                       distinguir los enfermos de los demás, o bien entre los primeros a los graves, sino porque era
                       fornido y podía propinar fuertes palizas. No es preciso señalar que le mantenía en buenas
                       condiciones físicas con una sopa suplementaria. Las razones que presidían la designación de
                       los enfermeros

                       [227] eran de una inspiración tan noble, annque no fuesen de la misma naturaleza. Si en las
                       enfermerías de los campos hubo médicos, aunque tardíamente, fue porque lo impusieron los
                       de la S.S. Incluso fue necesario que viniesen ellos mismos a separarles de la masa cuando
                       llegaban los convoys. Paso por alto las humillaciones y hasta las medidas de retorsión de que
                       fueron víctimas los médicos, cada  vez que opusieron los imperativos de la conciencia
                       profesional a las necesidades de la política y de la intriga.
                            Eugen Kogon ve ventajas en el procedimiento: el Kapo Kramer se había convertido en
                       "un notable especialista para las heridas y las operaciones" y añade:
                                     «Un buen amigo mío, Willy Jellineck, era pastelero en Viena... En
                               Buchenwald era enterrador, es decir un cero en la jerarquía del campo. En su calidad
                               de judío, joven, de alta talla y de una fuerza poco ordinaria, tenía pocas
                               probabilidades de sobrevivir al período de Koch. Y sin embargo, ¿gué llegó a ser?
                               Nuestro major experto en tuberculosis, un notable perito que ha ofrecido ayuda a
                               machos camaradas y que era además bacteriólogo del bloque 50...» (Página 324.)

                            Yo quiero... Quisiera hacer abstracción del empleo y de la suerte de los médicos de
                       oficio a los que la Häftlingsführung juzgó menos interesantes individual y colectivamente que
                       a Kramer y Jellineck. Quiero incluso haber abstracción también del número de muertos que
                       han pagado la notable prueba de estos últimos. En caso de que se admita que estas
                       consideraciones son insignificantes, ya no hay razón para no extender esta experiencia al
                       mundo de fuera de los campos de concentración y generalizarla. Se podrían dictar
                       inmediatamente con toda tranquilidad dos decretos: el primero suprimiría todas las facultades
                       de medicina y las reemplazaría por centros de aprendizaje de los oficios de pastelero y de
                       tornero; el segundo enviaría a las diversas empresas de obras públicas a todos los médicos que
                       atestan los hospitales o que tienen consulta particular, con el fin de reemplazarles por
                       pasteleros o torneros comunistas o comunistoides.
                            Yo no dudo que estos últimos saldrían airosamente; en lugar de reprocharles las
                       muertes de todo género que ocasionarían,
                       [228] se podría poner en su activo la pericia con la cual triunfarían en todas las intrigas de la
                       vida política. Es una manera de ver las cosas.

                       ABNEGACIÓN.
                                     «Desde el principio, los presos que pertenecían al personal de los servicios
                               dentales trataron de ayudar en todo lo posible a sus camaradas. En todos los centros




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