Page 122 - Rassinier Paul La mentira de Ulises
P. 122

RASSINIER : La mentira de Ulises




                            He advertido anteriormente que no se trataba de seleccionar a los ineptos para vivir sino
                       a los ineptos para et trabajo. El matiz es perceptible. Si se quiere despreciarlo a toda costa, yo
                       confieso

                                                                                         1
                       [217] públicamente que sería preferible «arriesgar un retiro probable ( ) de las
                       responsabilidades en el campo» que cargar la conciencia con esta participación activa»,
                       siempre diligente en la práctica. ¿Habrían vuelto los verdes al poder? ¿Y después?
                       Primeramente, no eran bastante fuertes para conservarlo. Luego, en este caso concreto, no
                       habrían tenido más celo respecto a la masa. No hubieran designado a mayor número de
                       ineptos ni habrían tomado menos en consideración la calidad, pues, en estas selecciones, los
                       rojos no se preocupaban más que los verdes del color político, a menos que la
                       Häftlingsführung estuviese interesada por alguno de los suyos.
                            Por tanto, y si esto era para asumir este delito a los ojos de la moral, ¿por qué tomar el
                       poder a los verdes o querer conservarlo contra ellos? Es posible que al estar los verdes en el
                       poder, los ineptos seleccionados de este modo no hubieran sido los mismos, salvo en algunos
                       casos. Pero nada hubiese cambiado en cuanto al número, que estaba determinado por la
                       estadística general del trabajo y según la posibilidad material del campo para sostener un
                       número más o menos grande de no trabajadores. El mismo Eugen Kogon quizá no hubiese
                       tenido la posibilidad de llegar a ser o de permanecer como secretario particular del capitán
                       médico de la S.S., doctor Ding-Schuller, y, arrojado en la masa, quizás hubiese caído también
                       él entre el número de estos ineptos a fuerza de ser golpeado y de tener hambre. Posiblemente,
                       hubiese sucedido lo mismo a los otros quince que han dado la absolución a su testimonio.
                       Entonces, hubiera sobrevenido la catástrofe más inesperada: sólo hubiese podido ocurrir lo
                       siguiente:

                                     «No todos  nosotros  fuimos transformados en mártires, sino que pudimos
                               continuar viviendo como testigos.» (Ya citado.)

                            Como si importase para la historia que Kogon y su equipo fuesen testigos antes  que
                       otros – como Michelin de Clermont-Ferrand, François de Tessan, el doctor Seguin,
                       Crémieux, Desnos, etc.-, pues este todos y este nosotros sólo se aplican, bien entendido, a los
                       privilegiados de la Häftlingsführung, y no a todos los políticos que a pesar suyo constituían
                       la mayor parte de la masa. Ni siquiera por un instante le ha venido al autor la idea de que

                       [218] contentándose con comer menos y golpear menos la burocracia del campo hubiese
                       podido salvar a la casi totalidad de los presos y de que hoy sólo reportaría ventajas el que
                       también ellos fuesen testigos.
                            Para que un hombre tan prevenido y que ostenta por otra parte una cierta cultura, haya
                       podido llegar a conclusiones tan miserables es preciso ver la causa en el hecho de que ha
                       querido juzgar a los individuos y los acontecimientos del mundo del campo con unidades de
                       medida que le son ajenas. Cometemos el mismo error cuando queremos apreciar todo lo que
                       sucede en Rusia o China con unas reglas morales que son propias del mundo occidental, y
                       tanto los rusos como los chinos hacen lo mismo en sentido inverso. Aquí y allí se ha creado
                       un orden y su aplicación ha dado origan a un tipo de hombre cuyas concepciones de la vida
                       social y del comportamiento individual son diferentes y aún opuestas.
                            Lo mismo sucede con los campos de concentración: diez años de experiencia han
                       bastado para crear un orden en función del cual debe ser juzgado todo, y máxime teniendo en
                       cuenta que este orden dio origan a un nuevo tipo de hombre intermedio entre el delincuente
                       común y el preso político. La característica de este nuevo tipo de hombre resulta del hecho de
                       que el primero ha descarriado al segundo y le ha vuelto casi semejante a él, sin herir
                       demasiado su conciencia, al nivel de la cual estaba adaptado el campo por aquellos que lo
                       habían concebido. Es el campo el que ha dado un sentido a las reacciones de todos los presos,
                       verdes o rojos, y no a la inversa.
                            De acuerdo con esta comprobación y en la medida en que se quiera admitir que no se
                       trata de una simple construcción del espíritu, las reglas de la moral en curso en el mundo
                       exterior a los campos pueden intervenir para perdonar, pero en ningún caso para justificar.



                       1
                         Probable solamente, lo subrayo.

                                                        –   122   –
   117   118   119   120   121   122   123   124   125   126   127