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RASSINIER : La mentira de Ulises



                                     »Decenas de milares de supervivientes a los que el régimen de terror
                                ejercido por arrogantes compañeros de infortunio ha hecho sufrir aún más quizá que
                                las infamias de la S.S., me agradecerán por haber señalado igualmente este otro
                                aspecto de los campos, por no haber tenido miedo de descubrir el papel
                                representado en diversos campos por ciertos tipos políticos que hoy pregonan a
                                voces su antifascismo intransigente. Yo sé que algunos camaradas míos se han
                                desesperado viendo cómo la injusticia y la brutalidad fueron adornadas después con
                                la aureola del heroísmo por personas honradas que no sospechaban nada. Esos
                                explotadores de los campos no serán ensalzados en mi estudio porque éste ofrece
                                los medios para hacer palidecer esas glorias usurpadas. ¿ En qué campo  estuviste?
                                ¿En qué Kommando? ¿Qué función ejercías? ¿Qué color llevabas? ¿A qué partido
                                pertenecías? Etc.» (Página 17.)

                       [240]
                            Lo menos que se le puede decir es que el testigo no ha cumplido su promesa: se
                       buscaría en vano en toda su obra un tipo político al que él acuse concretamente. Por el
                       contrario, desde el principio al final, defiende al partido comunista indirecta o expresamente:

                                     «Este muro elástico levantado contra la S.S... Fueron los comunistas
                                alemanes los que suministraron los mejores medios para llevar a cabo esta tarea.
                                     »Los elementos antifascistas, es decir, en primer lugar los comunistas...»
                                (Página 286.)

                       etc., y en consecuencia a la burocracia de los campos, ya que sólo podían pretender entrar y
                       quedarse en ella los que decían que eran comunistas. En cierta medida, habla también a favor
                       de sí mismo, y dudo mucho de que después de haber cerrado el libro, incluso el lector menos
                       avisado no tenga un deseo irresistible de aplicarle el método que él aconseja: ¿qué funciones
                       ejercías tú?
                               La conclusión de todo esto es la siguiente:

                                     «Los relatos de los campos de concentración despiertan generalmente, a lo
                               sumo, extrañeza o algún gesto; difícilmente se convierten en una cosa que
                               impresione al espíritu y en ningún caso llegan a conmover al corazón.» (Página
                               347.)

                            Evidentemente, ¿pero quién es culpable? En el entusiasmo de la liberación, al
                       exteriorizar un resentimiento acumulado durante los largos años de la ocupación, la opinión
                       pública ha admitido todo. Al normalizarse progresivamente las relaciones sociales y al
                       purificarse la atmósfera, ha resultado cada vez más difícil el subyugarla. Hoy todos los relatos
                       de los campos de concentración le parecen mucho más justificaciones que testimonios. La
                       opinión pública se pregunta cómo ha podido caer en la trampa, y con un poco más haría pasar
                       a todos al banquillo de los acusados.

                       [241]

                       NOTA BENE.
                            He hecho caso omiso de cierto número de historias inverosímiles y de todos los
                       artificios de estilo.
                            Entre las primeras, es preciso señalar la mayor parte de las relativas a la escucha de
                       emisiones extranjeras: yo no he creído nunca que fuese posible montar y utilizar un receptor
                       clandestino en el interior de un campo de concentración Si la Voz de América, de Inglaterra o
                       de Francia libre penetraron a veces en elloes, fue con el consentimiento de la S.S., y sólo un
                       número muy reducido de presos privilegiados pudo aprovecharse de estolen circunstancias que
                       dependían exclusivamente del azar. Así, esto me sucedió personalmente en Dora durante el
                       corto período que ejercí las nobles funciones de Schwung  (ordenanza) del Oberscharführer
                       (brigada, según creo) que mandaba la Hundestaffel (compañía o sección de perros).
                            Mi trabajo consistía en mantener en estado de limpieza un bloque de soldados de la
                       S.S. de mayor o menor graduación, dur lustre a sus botas, hacer las camas, limpiar los platos,




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