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RASSINIER : La mentira de Ulises



                               radiante, iba a cualquier campo de concentración para ver azotar ( ) en serie a
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                               los presos políticos.» (Página 24.)
                       o como   la siguiente:

                                     « La señora Kock, que antes había sido taquigrafa en una fábrica de
                               cigarrillos, a veces tomaba baños en vino de Madeira que era vertido en una
                               bañera,» (Página 266.)
                       que abundan a cuenta de todos los grandes personajes del régimen nazi y que crean excelentes
                       efectos de sadismo. Ellas me parecen depender del mismo estado de espíritu que llevó a Le
                       Rire a publicar, en septiembre de 1914, una fotografia del niño con las manos cortadas; a Le
                       Matin  del 15 de abril de 1916 a presentar como un paranoico canceroso, al que sólo le
                       quedaban como máximo unes meses de vida, al emperador Guillermo II, que acabó sus días,
                       unos veinte años después, en un retiro dorado cerca de Hammerongen, y a Henri Desgranges
                       en L'Auto en septiembre de 1939 a burlarse de un Goering al que le faltaba jabón blando para
                       lavarse. La vulgaridad del procedimiento sólo es igualada por la credulidad popular y la
                       imperturbabilidad con la cual, aquellos que lo emplean, repiten sus historias respecto a todos
                       los enemigos en todas las guerras.



















































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                         !Si se ocultaba el «potro» de Buchenwald al jefe de la Policía de Weimar, es poco probable que se le enseñase a
                       su ministro!
                       Joseph Kessel, sabiéndolo por el Dr. Kersten, nos dice por otra parte que «el jefe supremo de los verdugos, el
                       maestro de los suplicios, no soportaba la visión de los sufrimientos ni de una gota de sangre». (Las manos del
                       milagro, pág. 163).

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