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RASSINIER : La mentira de Ulises



                       en cualquier país y bajo cualquier gobierno, es la misma Francia la que aporta el testimonio
                       más significativo: en julio de 1959, mientras hacía un reportaje en Argelia, el periodista
                       francés Pierre Macaigne, de Le Figaro, tuvo ocasión de visitar el campo de concentración de
                       Bessombourg, donde veía a millares de personas en el mismo estado de salud que era el
                       nuestro cuando salimos de los campos alemanes. El informe de la Cruz Roja internacional
                       publicado en 1959, asegura por otra parte que en Argelia hay «más de cien campos» como
                       aquél, con un total de 1.500.000 personas detenidas, o sea 1/6 de la población...
                            Quedando establecido este punto, no es indiferente el entrar en el detalle y ofrecer
                       algunos ejemplos de «verdades» reveladas

                       [246] por los comunistas, admitidas ayer por una opinión crédula y de las cúales se puede
                       decir hoy que eran desvergonzadas mentiras.
                            Pues los comunistas no han abandonado sus proyectos: el cultivo del horror – de un
                       horror en el que tienen su buena parte, ya que ellos mismos administraban los campos
                       alemanes de concentración y mandaban en todo – habiendo servido tan admirablemente a sus
                       designios políticos, intentan mantenerlo publicando de vez en cuando lo que ellos llaman en
                       un delicioso eufemismo, un testimonio. Se sabe, ciertamente, que viniendo del otro lado del
                       telón de acero, todos estos «testimonios» infunden la sospecha de haber sida fabricados por
                       las necesidades de la causa. Pero la propaganda comunista está tan bien hecha, los tiene
                       traducidos en todas las lenguas y tan abundantemente propagados en la Europa occidental, que
                       los espíritus no prevenidos que a pesar de todo son la mayoría, pueden dejarse engañar. Aun
                       cuando este trabajo resulta fastidioso, se hace necesario el examinarlos minuciosamente para
                       poner en evidencia el engaño. En 1953, tuvimos S.S.-Obersturmführer Dr. Mengele,  por el
                       comunista húngaro Nyiszli Miklos, y hoy tenemos Der Kommandant van Auschwitz spricht
                       que pretende ser una confesión redactada en la cárcel por Rudolf Höss, en los días que
                       precedieron a su ejecución en Cracovia el 7 de abril de 1947.
                            Ambos «testimonios» se refieren a Auschwitz-Birkenau, y han sido publicados para
                       probar que la mayoría de los internados, y más especialrnente los judíos, fueron exterminados
                       sistemáticamente por medio de las cámaras de gas. Estoy satisfecho de poderlos confrontar
                       hoy, pues la contradicción existente entre el primero y el segundo confirma más allá de toda
                       esperanza la tesis que sobre este punto sostengo en La mentira de Ulises.


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                            Desde 1947 a 1953, he dicho una y otra vez en la prensa francesa que ningún deportado
                       vivo podía haber visto las cámaras de gas funcionando, y cada vez que se me ha señalado
                       alguno que aceptaba la confrontación, le he cogido en flagrante delito de mentira y le he
                       obligado a confesar públicamente que, en efecto no había visto nada de lo que contaba. El
                       último, cronológicamente, fue el sacerdote descarriado J. P. Renard (del que se trata

                       [247] en la página 149), que había logrado hacer creer a toda Francia que había visto asfixiar a
                       miles y miles de personas en Buchenwald y en Dora, donde... ¡no hubo cámaras de gas!
                            A la larga, al terminar por imponerse mi opinión, se empezó a sacarme deportados del
                       otro lado del telón de acero, que al declarar que habían asistido al suplicio lo describían
                       minuciosamente, y con los cuales naturalmente era imposible la confrontación.
                            El primero fue el comunista húngaro doctor Miklos, antiguo detenido en Auschwitz-
                       Birkenau, donde controlaba – según dice – el comando de los horno s crematorios y de las
                       cámaras de gas.
                            Este creía sin duda embrollarme al hablarme de Auschwitz, campo en el que yo no
                       había sido internado y sobre el cual no estaba moralmente autorizado para dar testimonio. El
                       solamente ignoraba que al ser en cierto modo mi oficio la historia, yo podía familiarizarme un
                       poco con el documento histórico para aceptar o rechazar la autenticidad con una simple lectura.
                       En su caso, fueron las cifras que presentó las que destruyeron la impostura: 25.000 personas
                       por  día durante cerca de cinco años, no tuve ninguna dificultad en demostrar que este suponía
                       45 millones, y con 4 hornos crematorios de 15 parrillas cada una, incluso a tres cadáveres por
                       parrilla, se necesitarían más de 10 años para quemar todo esto.
                            El convino en ello, y me escribió que se contentaba con 2.500.000 cadáveres, de los




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