Page 33 - Pacto de silencio
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los afectados en períodos tempranos de la evolución de su dolencia. Por ello le
pregunté si aún hoy, a seis años vista de haber contraído la enfermedad, había todavía
esperanzas de curación para pacientes que decidieran ahora confiar en su tratamiento.
Para mi sorpresa, me contestó que sí podía haberla: «Mire, yo estoy convencido de
que hay gente que se puede curar todavía», me dijo.
Ya en las más tempranas fases del problema cuando aún no se había dirimido la
cuestión de si fue o no fue el aceite el causante de la enfermedad, se podría incluso
haber acelerado y encauzado con mejor tino la curación de los pacientes, si en vez de
cesarlo fulminantemente en sus funciones se hubiera escuchado la voz del entonces
director en funciones del Hospital del Rey en Madrid, tal y como lo reconoció incluso
el Dr. Ángel Pestaña Vargas, Director del instituto de investigaciones Biomédicas del
Centro Superior de investigaciones Científicas (CSIC), en artículo que publicó el 13
de septiembre de 1981 en El País: «¿Cuánta eritromicina inútil, con su fuerte
toxicidad hepática nos hubiéramos ahorrado?, y, sobre todo, ¿cuánto tiempo se
hubiera podido ganar a la expansión del aceite tóxico, de haber atendido a las
tempranas observaciones del Dr. Muro? Sus indicaciones acerca del carácter
sistémico de la enfermedad y de que su propagación obedecía a un mecanismo
alimenticio le hacen acreedor a un desagravio público, tras el vilipendio a que fue
sometido cuando los cantos de sirena de un descubrimiento microbiológico
sensacional encandilaron a las autoridades sanitarias en la vía muerta del
micoplasma».
Pocos días después de mi visita al Dr. Sánchez-Monge el Dr. Antonio Muro
Aceña, hijo del antiguo director en funciones del Hospital del Rey, me confirmaría:
«Si se hubiera enfocado la enfermedad por vía digestiva desde el mismo día 10 de
mayo en que se dijo, se habría avanzado mucho más. Se habría muerto menos gente y
la investigación se hubiera enfocado en otro sentido; lo que pasa es que se dirigió
mal. Lo que pasa es que dijeron que había que buscar un bichito, y todo el mundo
empezó a buscar bichitos».
El 28 de julio de 1984 los doctores Javier Martínez Ruiz y María Jesús Clavera
Ortiz envían una extensa carta al Dr. G. A. Rose, del Departamento de Estadísticas
Médicas y Epidemiología de la Escuela de Salud Pública y Medicina Tropical de
Londres, en la que le exponen la línea de investigación emprendida por el Dr. Muro,
y le comentan entre otras varias cosas que «si esta tesis se confirmara podría usarse
una posible solución terapéutica propuesta por el Dr. Muro, para combatir el
síndrome tóxico». Pero ningún Gobierno hizo nada por confirmar esta tesis, ni
siquiera en consideración de que tal vez por aquí podría llegarse a una curación de los
afectados.
Si en los primeros días el Dr. Muro ya había descartado otras posibilidades, para
limitar el origen de la epidemia a una intoxicación alimenticia, o sea por vía digestiva
sus averiguaciones le llevaron a comenzar a descartar el aceite, como vehículo para el
presunto tóxico, incluso un día antes de la publicación oficial, el 10 de junio de 1981,
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