Page 38 - Pacto de silencio
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que eso no era un criterio a seguir, que eso lo que estaba haciendo era pues cambiar
todo el sentido del tema». A partir de aquel momento el Dr. Corralero «ja havia begut
oli» («ya había bebido aceite», como decimos en Catalunya para significar que
alguien ha caído en desgracia). Comenzaron los problemas con la Administración y el
INSALUD inició una denuncia contra él. Corralero se queja de los oscuros
favoritismos que de todas formas ya marcaban con el sello del secreto muchas etapas
de la investigación: «durante el tiempo que yo formé parte del Plan Nacional del
Síndrome Tóxico nunca me dejaron pertenecer a la comisión clínica, ni participar en
ninguna reunión, y eso que yo estaba allí, en el Plan…». Y apostilla Juan Francisco
Franco, con quien estábamos cenando: «Quizá no eres exacto: hubo un momento en
que sí te permitieron, pero para comprarte, para comprar tu silencio». También
cuando en marzo de 1983 llegan a Madrid expertos de la OMS para aunar todas las
hipótesis y emitir un comunicado final al Dr. Corralero se le niega la entrada a la
reunión que más le interesaba: «Yo, como trabajaba en el Plan Nacional, asistía a las
sesiones de trabajo de los tres grupos: el epidemiológico, el toxicológico y el clínico.
Luego se reúnen en pequeños grupos y hacían lo que se llama el plenario, en el cual
se tomaban las decisiones. Pues bien, cuando se iba a celebrar el plenario de
epidemiología, me fue prohibida la entrada. La excusa que dieron es que lo había
dicho la OMS». A medida que avance en la lectura del libro, el lector intuirá las
razones que pudo haber para esta prohibición. «Porque en la reunión ésta —prosigue
Corralero— yo teóricamente podía entrar: estaba trabajando en el Plan, era médico
del Plan y no tenía por qué no entrar a las sesiones. Ahí fue donde yo primeramente
empecé a ver que algo raro ocurría. Sesiones a puerta cerrada. Un secretismo tal…».
Pero regresemos a la base aérea de Torrejón de Ardoz y a los militares
norteamericanos afectados y evacuados con destino a un mejor tratamiento, o, si se
prefiere, al único tratamiento: el adecuado. De las pocas filtraciones habidas se puede
colegir que —aparte del personal norteamericano que en número indeterminado fue
enviado a Alemania— un grupo de 12 personas afectadas partieron de la base con
destino a los Estados Unidos, pata ser curados allí de la —en España— desconocida
enfermedad.
Otra filtración recoge el dato de que en 1981 acudió a España un norteamericano
casado con española, para asistir al entierro de su suegro. La circunstancia destacada
de este caso es que el militar en cuestión venía provisto del tratamiento específico
contra el síndrome tóxico, a base de oximas. Al respecto cabe recordar lo que me dijo
el Dr. Sánchez-Monge, destacado médico militar ya citado: «Las intoxicaciones por
organofosforados se curan con atropina y con otras cosas también. Hay que
administrar en las primeras horas atropina y oximas». Cuando le insistí si en su
opinión fue un organofosforado lo que provocó la terrible enfermedad en España, me
contestó que «por supuesto que es un organofosforado; eso casi casi se puede
demostrar; es una sintomatología que, de no ser eso, tiene que ser un veneno nuevo».
Los americanos en 1981 —cuando aquí la Administración hacía oídos sordos a los
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