Page 37 - Pacto de silencio
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estamentos americanos como también alemanes y españoles se hallan en vía muerta.
               Pero unas cuantas pinceladas sí pueden perfilarse aquí.
               Así por ejemplo, el Dr. Alberto Portera Sánchez, jefe del servicio de Neurología
           del Hospital Primero de Octubre de Madrid y único miembro español del comité de

           expertos en neurociencias de la OMS, declaró el 21 de julio de 1987 ante el tribunal
           del  juicio,  que  en  su  momento  había  visitado  a  una  ciudadana  estadounidense
           afectada en la base de Torrejón de Ardoz, que luego fue tratada en su país y mejoró.
           Cabe mencionar que el Dr. Portera fue en su día el Coordinador Nacional del Grupo

           de Estudios Necrológicos del Síndrome Tóxico.
               Por  su  parte,  el  Dr.  Antonio  Corralero  Romaguera,  adscrito  en  su  momento  al
           gabinete  técnico  del  Plan  Nacional  del  Síndrome  Tóxico,  me  comentó  que  habían
           pasado por sus manos historias de unos americanos, militares de la base de Torrejón,

           de  los  cuales  nunca  más  ha  vuelto  a  saberse  nada.  Todos  los  indicios  apuntan  sin
           embargo  hada  el  recuerdo  de  que  éstos  y  otros  militares  norteamericanos  fueron
           evacuados  en  primera  instancia  para  ser  tratados  de  su  afección  por  los  médicos
           adscritos  a  las  fuerzas  norteamericanas  radicadas  en  la  República  Federal  de

           Alemania.
               Yo  personalmente  debo  en  gran  parte  al  Dr.  Corralero  —así  como  también  al
           presidente de la Federación Provincial de Asociaciones de Consumidores Afectados y
           Perjudicados por el Síndrome Tóxico (FACSINTO), Pedro César Sanz Orozco—, mi

           decisión  inicial  de  escribir  este  libro.  En  el  Dr.  Corralero  concurre  la  curiosa
           circunstancia  de  que,  siendo  quien  mayor  cantidad  de  aceite  presuntamente  tóxico
           consumió de toda su familia, resultó sin embargo ser el único miembro de la misma
           que no quedó afectado por el síndrome tóxico. Él es el presidente de la Asociación

           Española  de  Afectados,  y  en  el  Plan  Nacional  del  Síndrome  Tóxico  trabajó  en  el
           gabinete  técnico  que  estaba  encargado  de  dilucidar  cuáles  de  las  personas  que
           reclamaban ser reconocidas como afectadas por el síndrome tóxico lo eran realmente,

           y  cuáles  no.  La  Administración  dictaba  que  uno  de  los  criterios  mayores  para
           determinar que un paciente lo era efectivamente a causa del síndrome tóxico debía
           basarse  en  la  condición  «sine  qua  non»  de  que  el  sujeto  en  cuestión  hubiera
           consumido  efectivamente  aceite  de  colza  desnaturalizado.  «Yo  en  aquel  comité
           observé  que  realmente  cuando  no  había  antecedente  de  consumo  de  aceite,  las

           reticencias  para  aceptar  al  afectado  eran  múltiples,  eran  —vamos—  muy  grandes,
           mientras que bastaba que una persona tuviera una sintomatología leve y dijera haber
           consumido aceite presuntamente tóxico para que inmediatamente fuera incluida en el

           censo,  y  eso  era  constante,  porque  las  directrices  de  la  propia  comisión  clínica  lo
           habían dictaminado como orden», me diría. Y añadió: «Eso duró los meses que duró
           hasta que —si bien teóricamente seguía perteneciendo a ella— fui un poco relegado
           de la comisión porque yo me oponía a esos criterios: es decir, que no me acababa de
           convencer el tema y yo me oponía a que a una persona le dieran la cartilla de afectado

           o se la denegaran por el mero hecho de haber consumido aceite o no. Yo argumentaba



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