Page 102 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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EL ESTADO JUDÍO
¡Día extraño! Hirsch muerto y yo me pongo en contacto con prínci-
pes. Es el comienzo de un nuevo capítulo en el problema de los judíos.
(Karlsruhe), 23 de abril de 1896.
He arribado aquí ayer a las once de la noche, Hechler me espe-
raba en la estación, y me condujo al hotel Germania, “que le reco-
mendó el Gran Duque”. Nos quedamos una hora en el restaurante.
Yo bebía cerveza bávara, Hechler, leche. Él me contó lo siguiente: el
Gran Duque le recibió apenas llegó, pero quería escuchar primero un
informe de su Consejo sobre mi “Estado Judío”. Hechler le ha mos-
trado sus “tablas proféticas” que parecen haberle causado gran im-
presión. Su principal temor era que, tal vez, sospechasen de sus ver-
daderas intenciones al apoyar mis proyectos. Se le acusaría de que-
rer expulsar a los judíos de su país. Mi situación de periodista le in-
quietaba también. Hechler se hacía cargo de mi discreción. Entonces
preguntó el Gran Duque qué podía hacer él para el bien de nuestra
causa. Hechler le respondió: “El primero entre los príncipes alema-
nes, Su Alteza Real, ha proclamado emperador en Versalles al rey
Guillermo. ¡Si Su Alteza participara también en la fundación del se-
gundo gran Estado de nuestro siglo! Porque los judíos serán una
“grande nation”. El Gran Duque, visiblemente impresionado, le per-
mite, entonces, invitarme para escuchar mis explicaciones. Seré re-
cibido en audiencia privada hoy, a las cuatro de la tarde.
Después de una mañana lluviosa, era agradable el aire cuando
abandonamos el hotel. Faltaban veinte minutos para las cuatro y po-
díamos, pues, pasear un poco. Dado mi buen humor, le he dicho a
Hechler: “Recuerda este hermoso día y el cielo primaveral de Karls-
ruhe, porque de aquí a un año tal vez estemos en Jerusalem”. Hech-
ler me respondió que quería pedir al Gran Duque que acompañase,
el año próximo, al emperador para la consagración de la Iglesia de
Jerusalem. Deberé encontrarme ahí entonces, y él, Hechler acompa-
ñará al Gran Duque como experto científico.
Le he dicho: “Si iré a Jerusalem, me deberá Ud. acompañar”.
Al comienzo, hablaba yo con cierto embarazo. Me creía en el de-
ber de hablar a media voz, para evitar el entusiasmarme con mis
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