Page 103 - Teodoro Herzl El Estado Judio
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THEODOR HERZL
            propias palabras. Después de contestar a algunas amables pregun-
            tas sobre mi viaje y mi hotel, le he dicho quién era y le hablé tam-
            bién de mi situación anterior, en París.
               El Gran Duque me respondió que recibía la “Neue Freie Presse”
            y manifestó gran interés por París. Le describí la crisis parlamentaria
            y en especial el presente gabinete de Burjeos. Después de algunos
            minutos me interrumpió para hacer la siguiente pregunta: “¿No que-
            ríamos acaso hablar de otro asunto?”.
               Inmediatamente abordé el tema, pidiéndole que me interrumpie-
            se y me formulase preguntas cada vez que mi exposición careciese
            de claridad. Desenvolví todos mis planes y mi concentración era tal,
            que no pude ver el efecto que causaban mis palabras. Hechler me di-
            jo luego, que la entrevista merecía ser anotada estenográficamente.
            Cree que hablé muy bien y que algunos pasajes eran excelentes.
               De todas maneras, el Gran Duque ha tomado en serio mi idea de
            crear un “Estado Judío”. Su principal objeción era que iba a ser acu-
            sado de antisemitismo, si se declarara a favor de esta solución. Le he
            explicado que partirían únicamente los judíos que lo desearan.
               A su pregunta: “¿Cuáles serán las etapas de la realización prácti-
            ca?”, respondí detallando todo mi proyecto que él no conocía más
            que por Hechler y sólo bajo el aspecto “profético”, del que casi no
            me ocupaba. El Gran Duque pensaba que los gobiernos sólo se ocu-
            parían del problema una vez creada la Society of Jews. Yo, natural-
            mente, sostenía el punto de vista opuesto. Ante todo, algunos prín-
            cipes deberían manifestar su benevolencia para que la  Society of
            Jews pudiese aparecer con más autoridad. Y es necesaria la autori-
            dad para la realización ordenada de una gran emigración.
               Me preguntó, entonces, si no era preferible elevar el problema,
            después de haber introducido en Palestina algunos miles de judíos.
            Repliqué con firmeza: “A esto me opongo absolutamente. Esto se-
            ría una especie de infiltración ilegal. Los judíos deberían entonces
            sublevarse contra el Sultán. Quiero proceder ante la vista y com-
            prensión de todo el mundo, en la legalidad más absoluta”. Se
            asombró de mi tono enérgico, y luego meneó la cabeza en signo
            de aprobación.
               Finalmente repitió lo dicho ya anteriormente: “Quisiera que esto
            fuese verdad. Será una bendición para una multitud de personas”.


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