Page 102 - Libro Orgullo y Prejuicio
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Elizabeth no podía oponerse a tales deseos; y desde entonces el nombre de
Bingley pocas veces se volvió a pronunciar entre ellas.
La señora Bennet seguía aún extrañada y murmurando al ver que Bingley no
regresaba; y aunque no pasaba día sin que Elizabeth le hiciese ver claramente lo
que sucedía, no parecía que la madre dejase de extrañarse. Su hija intentaba
convencerla de lo que ella misma no creía, diciéndole que las atenciones de
Bingley para con Jane habían sido efecto de un capricho corriente y pasajero
que cesó al dejar de verla; pero aunque la señora Bennet no vacilaba en admitir
esa posibilidad, no podía dejar de repetir todos los días la misma historia. Lo
único que la consolaba era que Bingley tenía que volver en verano.
El señor Bennet veía la cosa de muy distinta manera.
De modo, Lizzy —le dijo un día—, que tu hermana ha tenido un fracaso
amoroso. Le doy la enhorabuena. Antes de casarse, está bien que una chica
tenga algún fracaso; así se tiene algo en qué pensar, y le da cierta distinción entre
sus amistades. ¿Y a ti, cuándo te toca? No te gustaría ser menos que Jane.
Aprovéchate ahora. Hay en Meryton bastantes oficiales como para engañar
a todas las chicas de la comarca. Elige a Wickham. Es un tipo agradable, y es
seguro que te dará calabazas.
—Gracias, papá, pero me conformaría con un hombre menos agradable. No
todos podemos esperar tener tan buena suerte como Jane.
—Es verdad —dijo el señor Bennet—, pero es un consuelo pensar que,
suceda lo que suceda, tienes una madre cariñosa que siempre te ayudará.
La compañía de Wickham era de gran utilidad para disipar la tristeza que los
últimos y desdichados sucesos habían producido a varios miembros de la familia
de Longbourn. Le veían a menudo, y a sus otras virtudes unió en aquella ocasión
la de una franqueza absoluta. Todo lo que Elizabeth había oído, sus quejas contra
Darcy y los agravios que le había inferido, pasaron a ser del dominio público;
todo el mundo se complacía en recordar lo antipático que siempre había sido
Darcy, aun antes de saber nada de todo aquello.
Jane era la única capaz de suponer que hubiese en este caso alguna
circunstancia atenuante desconocida por los vecinos de Hertfordshire. Su dulce e
invariable candor reclamaba indulgencia constantemente y proponía la
posibilidad de una equivocación; pero todo el mundo tenía a Darcy por el peor de
los hombres.