Page 107 - Libro Orgullo y Prejuicio
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ejemplo de saber aconsejar sin causar resentimiento.
Poco después de haberse ido los Gardiner y Jane, Collins regresó a
Hertfordshire; pero como fue a casa de los Lucas, la señora Bennet no se
incomodó por su llegada. La boda se aproximaba y la señora Bennet se había
resignado tanto que ya la daba por inevitable e incluso repetía, eso sí, de mal
talante, que deseaba que fuesen felices. La boda se iba a celebrar el jueves, y, el
miércoles vino la señorita Lucas a hacer su visita de despedida. Cuando la joven
se levantó para irse, Elizabeth, sinceramente conmovida, y avergonzada por la
desatenta actitud y los fingidos buenos deseos de su madre, salió con ella de la
habitación y la acompañó hasta la puerta. Mientras bajaban las escaleras,
Charlotte dijo:
—Confío en que tendré noticias tuyas muy a menudo, Eliza.
—Las tendrás.
—Y quiero pedirte otro favor. ¿Vendrás a verme?
—Nos veremos con frecuencia en Hertfordshire, espero.
—Me parece que no podré salir de Kent hasta dentro de un tiempo.
Prométeme, por lo tanto, venir a Hunsford.
A pesar de la poca gracia que le hacía la visita, Elizabeth no pudo rechazar la
invitación de Charlotte.
—Mi padre y María irán a verme en marzo —añadió Charlotte— y quisiera
que los acompañases. Te aseguro, Eliza, que serás tan bien acogida como ellos.
Se celebró la boda; el novio y la novia partieron hacia Kent desde la puerta de
la iglesia, y todo el mundo tuvo algún comentario que hacer o que oír sobre el
particular, como de costumbre. Elizabeth no tardó en recibir carta de su amiga, y
su correspondencia fue tan regular y frecuente como siempre. Pero ya no tan
franca. A Elizabeth le era imposible dirigirse a Charlotte sin notar que toda su
antigua confianza había desaparecido, y, aunque no quería interrumpir la
correspondencia, lo hacía más por lo que su amistad había sido que por lo que en
realidad era ahora. Las primeras cartas de Charlotte las recibió con mucha
impaciencia; sentía mucha curiosidad por ver qué le decía de su nuevo hogar, por
saber si le habría agradado lady Catherine y hasta qué punto se atrevería a
confesar que era feliz. Pero al leer aquellas cartas, Elizabeth observó que
Charlotte se expresaba exactamente tal como ella había previsto. Escribía
alegremente, parecía estar rodeada de comodidades, y no mencionaba nada que
no fuese digno de alabanza. La casa, el mobiliario, la vecindad y las carreteras,
todo era de su gusto, y lady Catherine no podía ser más sociable y atenta. Era el
mismo retrato de Hunsford y de Rosings que había hecho el señor Collins, aunque
razonablemente mitigado. Elizabeth comprendió que debía aguardar a su propia
visita para conocer el resto.
Jane ya le había enviado unas líneas a su hermana anunciándole su feliz
llegada a Londres; y cuando le volviese a escribir, Elizabeth tenía esperanza de