Page 112 - Libro Orgullo y Prejuicio
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mediodía estaban ya en la calle Gracechurch. Cuando se dirigían a la puerta de
      los  Gardiner,  Jane  estaba  en  la  ventana  del  salón  contemplando  su  llegada;
      cuando entraron en el vestíbulo, ya estaba allí para darles la bienvenida. Elizabeth
      la  examinó  con  ansiedad  y  se  alegró  de  encontrarla  tan  sana  y  encantadora
      como  siempre.  En  las  escaleras  había  un  tropel  de  niñas  y  niños  demasiado
      impacientes por ver a su prima como para esperarla en el salón, pero su timidez
      no les dejaba acabar de bajar e ir a su encuentro, pues hacía más de un año que
      no la veían. Todo era alegría y atenciones. El día transcurrió agradablemente; por
      la tarde callejearon y recorrieron las tiendas, y por la noche fueron a un teatro.
        Elizabeth  logró  entonces  sentarse  al  lado  de  su  tía.  El  primer  tema  de
      conversación fue Jane; después de oír las respuestas a las minuciosas preguntas
      que le hizo sobre su hermana, Elizabeth se quedó más triste que sorprendida al
      saber que Jane, aunque se esforzaba siempre por mantener alto el ánimo, pasaba
      por momentos de gran abatimiento. No obstante, era razonable esperar que no
      durasen mucho tiempo. La señora Gardiner también le contó detalles de la visita
      de la señorita Bingley a Gracechurch, y le repitió algunas conversaciones que
      había tenido después con Jane que demostraban que esta última había dado por
      terminada su amistad.
        La  señora  Gardiner  consoló  a  su  sobrina  por  la  traición  de  Wickham  y  la
      felicitó por lo bien que lo había tomado.
        —Pero dime,  querida  Elizabeth  —añadió—, ¿qué  clase  de  muchacha  es la
      señorita King? Sentiría mucho tener que pensar que nuestro amigo es un cazador
      de dotes.
        —A  ver,  querida  tía,  ¿cuál  es  la  diferencia  que  hay  en  cuestiones
      matrimoniales,  entre  los  móviles  egoístas  y  los  prudentes?  ¿Dónde  acaba  la
      discreción y empieza la avaricia? Las pasadas Navidades temías que se casara
      conmigo porque habría sido imprudente, y ahora porque él va en busca de una
      joven con sólo diez mil libras de renta, das por hecho que es un cazador de dotes.
        —Dime nada más qué clase de persona es la señorita King, y podré formar
      juicio.
        —Creo que es una buena chica. No he oído decir nada malo de ella.
        —Pero él no le dedicó la menor atención hasta que la muerte de su abuelo la
      hizo dueña de esa fortuna…
        —Claro, ¿por qué había de hacerlo? Si no podía permitirse conquistarme a mí
      porque yo no tenía dinero, ¿qué motivos había de tener para hacerle la corte a
      una muchacha que nada le importaba y que era tan pobre como yo?
        —Pero  resulta  indecoroso  que  le  dirija  sus  atenciones  tan  poco  tiempo
      después de ese suceso.
        —Un hombre que está en mala situación, no tiene tiempo, como otros, para
      observar esas elegantes delicadezas. Además, si ella no se lo reprocha, ¿por qué
      hemos de reprochárselo nosotros?
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