Page 115 - Libro Orgullo y Prejuicio
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cuyo cuidado se encargaba él personalmente. Trabajar en el jardín era uno de
sus más respetados placeres; Elizabeth admiró la seriedad con la que Charlotte
hablaba de lo saludable que era para Collins y confesó que ella misma lo
animaba a hacerlo siempre que le fuera posible. Guiándoles a través de todas las
sendas y recovecos y sin dejarles apenas tiempo de expresar las alabanzas que
les exigía, les fue señalando todas las vistas con una minuciosidad que estaba
muy por encima de su belleza. Enumeraba los campos que se divisaban en todas
direcciones y decía cuántos árboles había en cada uno. Pero de todas las vistas de
las que su jardín, o la campiña, o todo el reino podía enardecerse, no había otra
que pudiese compararse a la de Rosings, que se descubría a través de un claro de
los árboles que limitaban la finca en la parte opuesta a la fachada de su casa. La
mansión era bonita, moderna y estaba muy bien situada, en una elevación del
terreno.
Desde el jardín, Collins hubiese querido llevarles a recorrer sus dos praderas,
pero las señoras no iban calzadas a propósito para andar por la hierba aún helada
y desistieron. Sir William fue el único que le acompañó. Charlotte volvió a la
casa con su hermana y Elizabeth, sumamente contenta probablemente por poder
mostrársela sin la ayuda de su marido. Era pequeña pero bien distribuida, todo
estaba arreglado con orden y limpieza, mérito que Elizabeth atribuyó a Charlotte.
Cuando se podía olvidar a Collins, se respiraba un aire más agradable en la casa;
y por la evidente satisfacción de su amiga, Elizabeth pensó que debería olvidarlo
más a menudo.
Ya le habían dicho que lady Catherine estaba todavía en el campo. Se volvió a
hablar de ella mientras cenaban, y Collins, sumándose a la conversación, dijo:
—Sí, Elizabeth; tendrá usted el honor de ver a lady Catherine de Bourgh el
próximo domingo en la iglesia, y no necesito decirle lo que le va a encantar. Es
toda afabilidad y condescendencia, y no dudo que la honrará dirigiéndole la
palabra en cuanto termine el oficio religioso. Casi no dudo tampoco de que usted
y mi cuñada María serán incluidas en todas las invitaciones con que nos honre
durante la estancia de ustedes aquí. Su actitud para con mi querida Charlotte es
amabilísima. Comemos en Rosings dos veces a la semana y nunca consiente que
volvamos a pie. Siempre pide su carruaje para que nos lleve, mejor dicho, uno
de sus carruajes, porque tiene varios.
—Lady Catherine es realmente una señora muy respetable y afectuosa —
añadió Charlotte—, y una vecina muy atenta.
—Muy cierto, querida; es exactamente lo que yo digo: es una mujer a la que
nunca se puede considerar con bastante deferencia.
Durante la velada se habló casi constantemente de Hertfordshire y se repitió
lo que ya se había dicho por escrito. Al retirarse, Elizabeth, en la soledad de su
aposento, meditó sobre el bienestar de Charlotte y sobre su habilidad y discreción
en sacar partido y sobrellevar a su esposo, reconociendo que lo hacía muy bien.