Page 116 - Libro Orgullo y Prejuicio
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Pensó también en cómo transcurriría su visita, a qué se dedicarían, en las
fastidiosas interrupciones de Collins y en lo que se iba a divertir tratando con la
familia de Rosings. Su viva imaginación lo planeó todo en seguida.
Al día siguiente, a eso de las doce, estaba en su cuarto preparándose para salir
a dar un paseo, cuando oyó abajo un repentino ruido que pareció que sembraba
la confusión en toda la casa. Escuchó un momento y advirtió que alguien subía la
escalera apresuradamente y la llamaba a voces. Abrió la puerta y en el corredor
se encontró con María agitadísima y sin aliento, que exclamó:
—¡Oh, Elizabeth querida! ¡Date prisa, baja al comedor y verás! No puedo
decirte lo que es. ¡Corre, ven en seguida!
En vano preguntó Elizabeth lo que pasaba. María no quiso decirle más, ambas
acudieron al comedor, cuyas ventanas daban al camino, para ver la maravilla.
Ésta consistía sencillamente en dos señoras que estaban paradas en la puerta del
jardín en un faetón bajo.
—¿Y eso es todo? —exclamó Elizabeth—. ¡Esperaba por lo menos que los
puercos hubiesen invadido el jardín, y no veo más que a lady Catherine y a su
hija!
—¡Oh, querida! —repuso María extrañadísima por la equivocación—. No es
lady Catherine. La mayor es la señora Jenkinson, que vive con ellas. La otra es la
señorita de Bourgh. Mírala bien. Es una criaturita. ¡Quién habría creído que era
tan pequeña y tan delgada!
—Es una grosería tener a Charlotte en la puerta con el viento que hace. ¿Por
qué no entra esa señorita?
—Charlotte dice que casi nunca lo hace. Sería el mayor de los favores que la
señorita de Bourgh entrase en la casa.
—Me gusta su aspecto —dijo Elizabeth, pensando en otras cosas—. Parece
enferma y malhumorada. Sí, es la mujer apropiada para él, le va mucho.
Collins y su esposa conversaban con las dos señoras en la verja del jardín, y
Elizabeth se divertía de lo lindo viendo a sir William en la puerta de entrada,
sumido en la contemplación de la grandeza que tenía ante sí y haciendo una
reverencia cada vez que la señorita de Bourgh dirigía la mirada hacia donde él
estaba.
Agotada la conversación, las señoras siguieron su camino, y los demás
entraron en la casa. Collins, en cuanto vio a las dos muchachas, las felicitó por la
suerte que habían tenido. Dicha suerte, según aclaró Charlotte, era que estaban
todos invitados a cenar en Rosings al día siguiente.