Page 119 - Libro Orgullo y Prejuicio
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primero por él y luego por sir William, que se hallaba ya lo suficientemente
recobrado como para hacerse eco de todo lo que decía su yerno, de tal modo,
que Elizabeth no comprendía cómo lady Catherine podía soportarlos. Pero lady
Catherine parecía complacida con tan excesiva admiración, y sonreía afable
especialmente cuando algún plato resultaba una novedad para ellos. Los demás
casi no decían nada. Elizabeth estaba dispuesta a hablar en cuanto le dieran
oportunidad; pero estaba sentada entre Charlotte y la señorita de Bourgh, y la
primera se dedicaba a escuchar a lady Catherine, mientras que la segunda no
abrió la boca en toda la comida. La principal ocupación de la señorita Jenkinson
era vigilar lo poco que comía la señorita de Bourgh, pidiéndole insistentemente
que tomase algún otro plato, temiendo todo el tiempo que estuviese indispuesta.
María creyó conveniente no hablar y los caballeros no hacían más que comer y
alabar.
Cuando las señoras volvieron al salón, no tuvieron otra cosa que hacer que oír
hablar a lady Catherine, cosa que hizo sin interrupción hasta que sirvieron el café,
exponiendo su opinión sobre toda clase de asuntos de un modo tan decidido que
demostraba que no estaba acostumbrada a que le llevasen la contraria. Interrogó
a Charlotte minuciosamente y con toda familiaridad sobre sus quehaceres
domésticos, dándole multitud de consejos; le dijo que todo debía estar muy bien
organizado en una familia tan reducida como la suya, y la instruyó hasta en el
cuidado de las vacas y las gallinas. Elizabeth vio que no había nada que estuviese
bajo la atención de esta gran dama que no le ofreciera la ocasión de dictar
órdenes a los demás. En los intervalos de su discurso a la señora Collins, dirigió
varias preguntas a María y a Elizabeth, pero especialmente a la última, de cuya
familia no sabía nada, y que, según le dijo a la señora Collins, le parecía una
muchacha muy gentil y bonita. Le preguntó, en distintas ocasiones, cuántas
hermanas tenía, si eran mayores o menores que ella, si había alguna que
estuviera para casarse, si eran guapas, dónde habían sido educadas, qué clase de
carruaje tenía su padre y cuál había sido el apellido de soltera de su madre.
Elizabeth notó la impertinencia de sus preguntas, pero contestó a todas ellas con
mesura. Lady Catherine observó después:
—Tengo entendido que la propiedad de su padre debe heredarla el señor
Collins. Lo celebro por usted —dijo volviéndose hacia Charlotte—; pero no veo
motivo para legar las posesiones fuera de la línea femenina. En la familia de sir
Lewis de Bourgh no se hizo así. ¿Sabe tocar y cantar, señorita Bennet?
—Un poco.
—¡Ah!, entonces tendremos el gusto de escucharla en algún momento.
Nuestro piano es excelente, probablemente mejor que el de… Un día lo probará
usted. Y sus hermanas, ¿tocan y cantan también?
—Una de ellas sí.
—¿Y por qué no todas? Todas debieron aprender. Las señoritas Webb tocan