Page 127 - Libro Orgullo y Prejuicio
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una dama se quedó sentada por falta de pareja. Señor Darcy, no puede negarlo.
—No tenía el honor de conocer a ninguna de las damas de la reunión, a no ser
las que me acompañaban.
—Cierto, y en un baile nunca hay posibilidad de ser presentado… Bueno,
coronel Fitzwilliam, ¿qué toco ahora? Mis dedos están esperando sus órdenes.
—Puede que me habría juzgado mejor —añadió Darcy— si hubiese
solicitado que me presentaran. Pero no sirvo para darme a conocer a extraños.
—Vamos a preguntarle a su primo por qué es así —dijo Elizabeth sin dirigirse
más que al coronel Fitzwilliam—. ¿Le preguntamos cómo es posible que un
hombre de talento y bien educado, que ha vivido en el gran mundo, no sirva para
atender a desconocidos?
—Puedo contestar yo mismo a esta pregunta —replicó Fitzwilliam— sin
interrogar a Darcy. Eso es porque no quiere tomarse la molestia.
—Reconozco —dijo Darcy— que no tengo la habilidad que otros poseen de
conversar fácilmente con las personas que jamás he visto. No puedo hacerme a
esas conversaciones y fingir que me intereso por sus cosas como se acostumbra.
—Mis dedos —repuso Elizabeth— no se mueven sobre este instrumento del
modo magistral con que he visto moverse los dedos de otras mujeres; no tienen la
misma fuerza ni la misma agilidad, y no pueden producir la misma impresión.
Pero siempre he creído que era culpa mía, por no haberme querido tomar el
trabajo de hacer ejercicios. No porque mis dedos no sean capaces, como los de
cualquier otra mujer, de tocar perfectamente.
Darcy sonrió y le dijo:
—Tiene usted toda la razón. Ha empleado el tiempo mucho mejor. Nadie que
tenga el privilegio de escucharla podrá ponerle peros. Ninguno de nosotros toca
ante desconocidos.
Lady Catherine les interrumpió preguntándoles de qué hablaban. Elizabeth se
puso a tocar de nuevo. Lady Catherine se acercó y después de escucharla
durante unos minutos, dijo a Darcy:
—La señorita Bennet no tocaría mal si practicase más y si hubiese disfrutado
de las ventajas de un buen profesor de Londres. Sabe lo que es teclear, aunque su
gusto no es como el de Anne. Anne habría sido una pianista maravillosa si su
salud le hubiese permitido aprender.
Elizabeth miró a Darcy para observar su cordial asentimiento al elogio
tributado a su prima, pero ni entonces ni en ningún otro momento descubrió
ningún síntoma de amor; y de su actitud hacia la señorita de Bourgh, Elizabeth
dedujo una cosa consoladora en favor de la señorita Bingley: que Darcy se
habría casado con ella si hubiese pertenecido a su familia.
Lady Catherine continuó haciendo observaciones sobre la manera de tocar de
Elizabeth, mezcladas con numerosas instrucciones sobre la ejecución y el gusto.
Elizabeth las aguantó con toda la paciencia que impone la cortesía, y a petición