Page 131 - Libro Orgullo y Prejuicio
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luego se marchó.
—¿Qué significa esto? —preguntó Charlotte en cuanto se fue—. Querida
Elizabeth, debe de estar enamorado de ti, pues si no, nunca habría venido a
vernos con esta familiaridad.
Pero cuando Elizabeth contó lo callado que había estado, no pareció muy
probable, a pesar de los buenos deseos de Charlotte; y después de varias
conjeturas se limitaron a suponer que su visita había obedecido a la dificultad de
encontrar algo que hacer, cosa muy natural en aquella época del año. Todos los
deportes se habían terminado. En casa de lady Catherine había libros y una mesa
de billar, pero a los caballeros les desesperaba estar siempre metidos en casa, y
sea por lo cerca que estaba la residencia de los Collins, sea por lo placentero del
paseo, o sea por la gente que vivía allí, los dos primos sentían la tentación de
visitarles todos los días. Se presentaban en distintas horas de la mañana, unas
veces separados y otras veces juntos, y algunas acompañados de su tía. Era
evidente que el coronel Fitzwilliam venía porque se encontraba a gusto con ellos,
cosa que, naturalmente, le hacía aún más agradable. El placer que le causaba a
Elizabeth su compañía y la manifiesta admiración de Fitzwilliam por ella, le
hacían acordarse de su primer favorito George Wickham. Comparándolos,
Elizabeth encontraba que los modales del coronel eran menos atractivos y dulces
que los de Wickham, pero Fitzwilliam le parecía un hombre más culto.
Pero comprender por qué Darcy venía tan a menudo a la casa, ya era más
difícil. No debía ser por buscar compañía, pues se estaba sentado diez minutos sin
abrir la boca, y cuando hablaba más bien parecía que lo hacía por fuerza que por
gusto, como si más que un placer fuese aquello un sacrificio. Pocas veces estaba
realmente animado. La señora Collins no sabía qué pensar de él. Como el coronel
Fitzwilliam se reía a veces de aquella estupidez de Darcy, Charlotte entendía que
éste no debía de estar siempre así, cosa que su escaso conocimiento del caballero
no le habría permitido adivinar; y como deseaba creer que aquel cambio era
obra del amor y el objeto de aquel amor era Elizabeth, se empeñó en
descubrirlo. Cuando estaban en Rosings y siempre que Darcy venía a su casa,
Charlotte le observaba atentamente, pero no sacaba nada en limpio. Verdad es
que miraba mucho a su amiga, pero la expresión de tales miradas era equívoca.
Era un modo de mirar fijo y profundo, pero Charlotte dudaba a veces de que
fuese entusiasta, y en ocasiones parecía sencillamente que estaba distraído.
Dos o tres veces le dijo a Elizabeth que tal vez estaba enamorado de ella, pero
Elizabeth se echaba a reír, y la señora Collins creyó más prudente no insistir en
ello para evitar el peligro de engendrar esperanzas imposibles, pues no dudaba
que toda la manía que Elizabeth le tenía a Darcy se disiparía con la creencia de
que él la quería.
En los buenos y afectuosos proyectos que Charlotte formaba con respecto a
Elizabeth, entraba a veces el casarla con el coronel Fitzwilliam. Era, sin