Page 126 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—Mejor.  Eso  nunca  está  de  más;  y  la  próxima  vez  que  le  escriba  le
      encargaré que no lo descuide. Con frecuencia les digo a las jovencitas que en
      música no se consigue nada sin una práctica constante. Muchas veces le he dicho
      a la señorita Bennet que nunca tocará verdaderamente bien si no practica más; y
      aunque  la  señora  Collins  no  tiene  piano,  la  señorita  Bennet  será  muy  bien
      acogida, como le he dicho a menudo, si viene a Rosings todos los días para tocar
      el piano en el cuarto de la señora Jenkinson. En esa parte de la casa no molestará
      a nadie.
        Darcy  pareció  un  poco  avergonzado  de  la  mala  educación  de  su  tía,  y  no
      contestó.
        Cuando acabaron de tomar el café, el coronel Fitzwilliam recordó a Elizabeth
      que le había prometido tocar, y la joven se sentó en seguida al piano. El coronel
      puso su silla a su lado. Lady Catherine escuchó la mitad de la canción y luego
      siguió  hablando,  como  antes,  a  su  otro  sobrino,  hasta  que  Darcy  la  dejó  y
      dirigiéndose  con  su  habitual  cautela  hacia  el  piano,  se  colocó  de  modo  que
      pudiese ver el rostro de la hermosa intérprete. Elizabeth reparó en lo que hacía y
      a la primera pausa oportuna se volvió hacia él con una amplia sonrisa y le dijo:
        —¿Pretende atemorizarme, viniendo a escucharme con esa seriedad? Yo no
      me asusto, aunque su hermana toque tan bien. Hay una especie de terquedad en
      mí,  que  nunca  me  permite  que  me  intimide  nadie.  Por  el  contrario,  mi  valor
      crece cuando alguien intenta intimidarme.
        —No le diré que se ha equivocado —repuso Darcy— porque no cree usted
      sinceramente que tenía intención alguna de alarmarla; y he tenido el placer de
      conocerla lo bastante para saber que se complace a veces en sustentar opiniones
      que de hecho no son suyas.
        Elizabeth  se  rió  abiertamente  ante  esa  descripción  de  sí  misma,  y  dijo  al
      coronel Fitzwilliam:
        —Su  primo  pretende  darle  a  usted  una  linda  idea  de  mí  enseñándole  a  no
      creer palabra de cuanto yo le diga. Me desola encontrarme con una persona tan
      dispuesta a descubrir mi verdadero modo de ser en un lugar donde yo me había
      hecho ilusiones de pasar por mejor de lo que soy. Realmente, señor Darcy, es
      muy poco generoso por su parte revelar las cosas malas que supo usted de mí en
      Hertfordshire, y permítame decirle que es también muy indiscreto, pues esto me
      podría inducir a desquitarme y saldrían a relucir cosas que escandalizarían a sus
      parientes.
        —No le tengo miedo —dijo él sonriente.
        —Dígame, por favor, de qué le acusa —exclamó el coronel Fitzwilliam—.
      Me gustaría saber cómo se comporta entre extraños.
        —Se lo diré, pero prepárese a oír algo muy espantoso. Ha de saber que la
      primera vez que le vi fue en un baile, y en ese baile, ¿qué cree usted que hizo?
      Pues no bailó más que cuatro piezas, a pesar de escasear los caballeros, y más de
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