Page 130 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—Así parece, y estoy segura de que no podía haber dado una prueba mejor
      de su bondad.
        —El señor Collins parece haber sido muy afortunado con la elección de su
      esposa.
        —Así  es.  Sus  amigos  pueden  alegrarse  de  que  haya  dado  con  una  de  las
      pocas mujeres inteligentes que le habrían aceptado o que le habrían hecho feliz
      después  de  aceptarle.  Mi  amiga  es  muy  sensata,  aunque  su  casamiento  con
      Collins  me  parezca  a  mí  el  menos  cuerdo  de  sus  actos.  Sin  embargo,  parece
      completamente feliz: desde un punto de vista prudente, éste era un buen partido
      para ella.
        —Tiene  que  ser  muy  agradable  para  la  señora  Collins  vivir  a  tan  poca
      distancia de su familia y amigos.
        —¿Poca distancia le llama usted? Hay cerca de cincuenta millas.
        —¿Y qué son cincuenta millas de buen camino? Poco más de media jornada
      de viaje. Sí, yo a eso lo llamo una distancia corta.
        —Nunca habría considerado que la distancia fuese una de las ventajas del
      partido  —exclamó  Elizabeth—,  y  jamás  se  me  habría  ocurrido  que  la  señora
      Collins viviese cerca de su familia.
        —Eso demuestra el apego que le tiene usted a Hertfordshire. Todo lo que esté
      más allá de Longbourn debe parecerle ya lejos.
        Mientras  hablaba  se  sonreía  de  un  modo  que  Elizabeth  creía  interpretar:
      Darcy debía suponer que estaba pensando en Jane y en Netherfield; y contestó
      algo sonrojada:
        —No quiero decir que una mujer no pueda vivir lejos de su familia. Lejos y
      cerca son cosas relativas y dependen de muy distintas circunstancias. Si se tiene
      fortuna para no dar importancia a los gastos de los viajes, la distancia es lo de
      menos. Pero éste no es el caso. Los señores Collins no viven con estrecheces,
      pero no son tan ricos como para permitirse viajar con frecuencia; estoy segura
      de que mi amiga no diría que vive cerca de su familia más que si estuviera a la
      mitad de esta distancia.
        Darcy acercó su asiento un poco más al de Elizabeth, y dijo:
        —No tiene usted derecho a estar tan apegada a su residencia. No siempre va
      a  estar  en  Longbourn.  Elizabeth  pareció  quedarse  sorprendida,  y  el  caballero
      creyó que debía cambiar de conversación. Volvió a colocar su silla donde estaba,
      tomó un diario de la mesa y mirándolo por encima, preguntó con frialdad:
        —¿Le gusta a usted Kent?
        A  esto  siguió  un  corto  diálogo  sobre  el  tema  de  la  campiña,  conciso  y
      moderado por ambas partes, que pronto terminó, pues entraron Charlotte y su
      hermana  que  acababan  de  regresar  de  su  paseo.  El  tête–à–tête  las  dejó
      pasmadas. Darcy les explicó la equivocación que había ocasionado su visita a la
      casa;  permaneció  sentado  unos  minutos  más,  sin  hablar  mucho  con  nadie,  y
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