Page 129 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO XXXII
      A  la  mañana  siguiente  estaba  Elizabeth  sola  escribiendo  a  Jane,  mientras  la
      señora Collins y María habían ido de compras al pueblo, cuando se sobresaltó al
      sonar la campanilla de la puerta, señal inequívoca de alguna visita. Aunque no
      había  oído  ningún  carruaje,  pensó  que  a  lo  mejor  era  lady  Catherine,  y  se
      apresuró a esconder la carta que tenía a medio escribir a fin de evitar preguntas
      impertinentes.  Pero  con  gran  sorpresa  suya  se  abrió  la  puerta  y  entró  en  la
      habitación el señor Darcy. Darcy solo.
        Pareció  asombrarse  al  hallarla  sola  y  pidió  disculpas  por  su  intromisión
      diciéndole que creía que estaban en la casa todas las señoras.
        Se sentaron los dos y, después de las preguntas de rigor sobre Rosings, pareció
      que se iban a quedar callados. Por lo tanto, era absolutamente necesario pensar
      en  algo,  y  Elizabeth,  ante  esta  necesidad,  recordó  la  última  vez  que  se  habían
      visto  en  Hertfordshire  y  sintió  curiosidad  por  ver  lo  que  diría  acerca  de  su
      precipitada partida.
        —¡Qué  repentinamente  se  fueron  ustedes  de  Netherfield  el  pasado
      noviembre, señor Darcy! —le dijo—. Debió de ser una sorpresa muy grata para
      el señor Bingley verles a ustedes tan pronto a su lado, porque, si mal no recuerdo,
      él se había ido una día antes. Supongo que tanto él como sus hermanas estaban
      bien cuando salió usted de Londres.
        —Perfectamente. Gracias.
        Elizabeth advirtió que no iba a contestarle nada más y, tras un breve silencio,
      añadió:
        —Tengo entendido que el señor Bingley no piensa volver a Netherfield.
        —Nunca  le  he  oído  decir  tal  cosa;  pero  es  probable  que  no  pase  mucho
      tiempo allí en el futuro. Tiene muchos amigos y está en una época de la vida en
      que los amigos y los compromisos aumentan continuamente.
        —Si tiene la intención de estar poco tiempo en Netherfield, sería mejor para
      la vecindad que lo dejase completamente, y así posiblemente podría instalarse
      otra familia allí. Pero quizá el señor Bingley no haya tomado la casa tanto por la
      conveniencia de la vecindad como por la suya propia, y es de esperar que la
      conserve o la deje en virtud de ese mismo principio.
        —No  me  sorprendería  —añadió  Darcy—  que  se  desprendiese  de  ella  en
      cuanto se le ofreciera una compra aceptable.
        Elizabeth no contestó. Temía hablar demasiado de su amigo, y como no tenía
      nada  más  que  decir,  determinó  dejar  a  Darcy  que  buscase  otro  tema  de
      conversación.
        Él lo comprendió y dijo en seguida:
        —Esta  casa  parece  muy  confortable.  Creo  que  lady  Catherine  la  arregló
      mucho cuando el señor Collins vino a Hunsford por primera vez.
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