Page 135 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—¡Oh, sí! —dijo Elizabeth secamente—. El señor Darcy es increíblemente
      amable con el señor Bingley y lo cuida de un modo extraordinario.
        —¿Lo  cuida?  Sí,  realmente,  creo  que  lo  cuida  precisamente  en  lo  que
      mayores cuidados requiere. Por algo que me contó cuando veníamos hacia aquí,
      presumo que Bingley le debe mucho. Pero debo pedirle que me perdone, porque
      no  tengo  derecho  a  suponer  que  Bingley  fuese  la  persona  a  quien  Darcy  se
      refería. Son sólo conjeturas.
        —¿Qué quiere decir?
        —Es una cosa que Darcy no quisiera que se divulgase, pues si llegase a oídos
      de la familia de la dama, resultaría muy desagradable.
        No se preocupe, no lo divulgaré.
        —Tenga usted en cuenta que carezco de pruebas para suponer que se trata de
      Bingley. Lo que Darcy me dijo es que se alegraba de haber librado hace poco a
      un  amigo  de  cierto  casamiento  muy  imprudente;  pero  no  citó  nombres  ni
      detalles,  y  yo  sospeché  que  el  amigo  era  Bingley  sólo  porque  me  parece  un
      joven muy a propósito para semejante caso, y porque sé que estuvieron juntos
      todo el verano.
        —¿Le dijo a usted el señor Darcy las razones que tuvo para inmiscuirse en el
      asunto?
        —Yo entendí que había algunas objeciones de peso en contra de la señorita.
        —¿Y qué artes usó para separarles?
        —No habló de sus artimañas —dijo Fitzwilliam sonriendo—. Sólo me contó lo
      que acabo de decirle.
        Elizabeth  no  hizo  ningún  comentario  y  siguió  caminando  con  el  corazón
      henchido de indignación. Después de observarla un poco, Fitzwilliam le preguntó
      por qué estaba tan pensativa.
        —Estoy pensando en lo que usted me ha dicho —respondió Elizabeth—. La
      conducta de su primo no me parece nada bien. ¿Por qué tenía que ser él el juez?
        —¿Quiere decir que su intervención fue indiscreta?
        —No veo qué derecho puede tener el señor Darcy para decidir sobre una
      inclinación de su amigo y por qué haya de ser él el que dirija y determine, a su
      juicio, de qué modo ha de ser su amigo feliz. Pero —continuó, reportándose—,
      no sabiendo detalles, no está bien censurarle. Habrá que creer que el amor no
      tuvo mucho que ver en este caso.
        Es  de  suponer  —dijo  Fitzwilliam—,  pero  eso  aminora  muy  tristemente  el
      triunfo de mi primo.
        Esto último lo dijo en broma, pero a Elizabeth le pareció un retrato tan exacto
      de Darcy que creyó inútil contestar. Cambió de conversación y se puso a hablar
      de cosas intrascendentes hasta que llegaron a la casa. En cuanto el coronel se fue,
      Elizabeth  se  encerró  en  su  habitación  y  pensó  sin  interrupción  en  todo  lo  que
      había oído. No cabía suponer que el coronel se refiriese a otras personas que a
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