Page 138 - Libro Orgullo y Prejuicio
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éste empleó luego fue tan insultante que toda la compasión se convirtió en ira. Sin
      embargo,  trató  de  contestarle  con  calma  cuando  acabó  de  hablar.  Concluyó
      asegurándole la firmeza de su amor que, a pesar de todos sus esfuerzos, no había
      podido  vencer,  y  esperando  que  sería  recompensado  con  la  aceptación  de  su
      mano. Por su manera de hablar, Elizabeth advirtió que Darcy no ponía en duda
      que  su  respuesta  sería  favorable.  Hablaba  de  temores  y  de  ansiedad,  pero  su
      aspecto revelaba una seguridad absoluta. Esto la exasperaba aún más y cuando él
      terminó, le contestó con las mejillas encendidas por la ira:
        —En estos casos creo que se acostumbra a expresar cierto agradecimiento
      por  los  sentimientos  manifestados,  aunque  no  puedan  ser  igualmente
      correspondidos. Es natural que se sienta esta obligación, y si yo sintiese gratitud,
      le daría las gracias. Pero no puedo; nunca he ambicionado su consideración, y
      usted me la ha otorgado muy en contra de su voluntad. Siento haber hecho daño a
      alguien,  pero  ha  sido  inconscientemente,  y  espero  que  ese  daño  dure  poco
      tiempo. Los mismos sentimientos que, según dice, le impidieron darme a conocer
      sus intenciones durante tanto tiempo, vencerán sin dificultad ese sufrimiento.
        Darcy, que estaba apoyado en la repisa de la chimenea con los ojos clavados
      en  el  rostro  de  Elizabeth,  parecía  recibir  sus  palabras  con  tanto  resentimiento
      como  sorpresa.  Su  tez  palideció  de  rabia  y  todas  sus  facciones  mostraban  la
      turbación  de  su  ánimo.  Luchaba  por  guardar  la  compostura,  y  no  abriría  los
      labios  hasta  que  creyese  haberlo  conseguido.  Este  silencio  fue  terrible  para
      Elizabeth. Por fin, forzando la voz para aparentar calma, dijo:
        —¿Y es ésta toda la respuesta que voy a tener el honor de esperar? Quizá
      debiera preguntar por qué se me rechaza con tan escasa cortesía. Pero no tiene la
      menor importancia.
        —También  podría  yo  —replicó  Elizabeth—  preguntar  por  qué  con  tan
      evidente propósito de ofenderme y de insultarme me dice que le gusto en contra
      de su voluntad, contra su buen juicio y hasta contra su modo de ser. ¿No es ésta
      una excusa para mi falta de cortesía, si es que en realidad la he cometido? Pero,
      además, he recibido otras provocaciones, lo sabe usted muy bien. Aunque mis
      sentimientos  no  hubiesen  sido  contrarios  a  los  suyos,  aunque  hubiesen  sido
      indiferentes  o  incluso  favorables,  ¿cree  usted  que  habría  algo  que  pudiese
      tentarme a aceptar al hombre que ha sido el culpable de arruinar, tal vez para
      siempre, la felicidad de una hermana muy querida?
        Al oír estas palabras, Darcy mudó de color; pero la conmoción fue pasajera
      y siguió escuchando sin intención de interrumpirla.
        —Yo tengo todas las razones del mundo para tener un mal concepto de usted
      —continuó  Elizabeth—.  No  hay  nada  que  pueda  excusar  su  injusto  y  ruin
      proceder. No se atreverá usted a negar que fue el principal si no el único culpable
      de  la  separación  del  señor  Bingley  y  mi  hermana,  exponiendo  al  uno  a  las
      censuras de la gente por caprichoso y voluble, y al otro a la burla por sus fallidas
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