Page 142 - Libro Orgullo y Prejuicio
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gana, se lo pido en justicia.
Ayer me acusó usted de dos ofensas de naturaleza muy diversa y de
muy distinta magnitud. La primera fue el haber separado al señor Bingley
de su hermana, sin consideración a los sentimientos de ambos; y el otro
que, a pesar de determinados derechos y haciendo caso omiso del honor y
de la humanidad, arruiné la prosperidad inmediata y destruí el futuro del
señor Wickham. Haber abandonado despiadada e intencionadamente al
compañero de mi juventud y al favorito de mi padre, a un joven que casi no
tenía más porvenir que el de nuestra rectoría y que había sido educado
para su ejercicio, sería una depravación que no podría compararse con la
separación de dos jóvenes cuyo afecto había sido fruto de tan sólo unas
pocas semanas. Pero espero que retire usted la severa censura que tan
abiertamente me dirigió anoche, cuando haya leído la siguiente relación de
mis actos con respecto a estas dos circunstancias y sus motivos. Si en la
explicación que no puedo menos que dar, me veo obligado a expresar
sentimientos que la ofendan, sólo puedo decir que lo lamento. Hay que
someterse a la necesidad y cualquier disculpa sería absurda.
No hacía mucho que estaba en Hertfordshire cuando observé, como
todo el mundo, que el señor Bingley distinguía a su hermana mayor mucho
más que a ninguna de las demás muchachas de la localidad; pero hasta la
noche del baile de Netherfield no vi que su cariño fuese formal. Varias
veces le había visto antes enamorado. En aquel baile, mientras tenía el
honor de estar bailando con usted, supe por primera vez, por una casual
información de sir William Lucas, que las atenciones de Bingley para con
su hermana habían hecho concebir esperanzas de matrimonio; me habló
de ello como de una cosa resuelta de la que sólo había que fijar la fecha.
Desde aquel momento observé cuidadosamente la conducta de mi amigo y
pude notar que su inclinación hacia la señorita Bennet era mayor que todas
las que había sentido antes. También estudié a su hermana. Su aspecto y sus
maneras eran francas, alegres y atractivas como siempre, pero no
revelaban ninguna estimación particular. Mis observaciones durante
aquella velada me dejaron convencido de que, a pesar del placer con que
recibía las atenciones de mi amigo, no le correspondía con los mismos
sentimientos. Si usted no se ha equivocado con respecto a esto, será que yo
estaba en un error. Como sea que usted conoce mejor a su hermana, debe
ser más probable lo último; y si es así, si movido por aquel error la he
hecho sufrir, su resentimiento no es inmotivado. Pero no vacilo en afirmar
que el aspecto y el aire de su hermana podían haber dado al más sutil
observador la seguridad de que, a pesar de su carácter afectuoso, su
corazón no parecía haber sido afectado. Es cierto que yo deseaba creer en
su indiferencia, pero le advierto que normalmente mis estudios y mis