Page 145 - Libro Orgullo y Prejuicio
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por fin había resuelto no ordenarse, y que, a cambio del beneficio que no
había de disfrutar, esperaba que yo le diese alguna ventaja pecuniaria más
inmediata. Añadía que pensaba seguir la carrera de Derecho, y que debía
hacerme cargo de que los intereses de mil libras no podían bastarle para
ello. Más que creerle sincero, yo deseaba que lo fuese; pero de todos
modos accedí a su proposición. Sabía que el señor Wickham no estaba
capacitado para ser clérigo; así que arreglé el asunto. Él renunció a toda
pretensión de ayuda en lo referente a la profesión sacerdotal, aunque
pudiese verse en el caso de tener que adoptarla, y aceptó tres mil libras.
Todo parecía zanjado entre nosotros. Yo tenía muy mal concepto de él para
invitarle a Pemberley o admitir su compañía en la capital. Creo que vivió
casi siempre en Londres, pero sus estudios de Derecho no fueron más que
un pretexto y como no había nada que le sujetase, se entregó libremente al
ocio y a la disipación. Estuve tres años sin saber casi nada de él, pero a la
muerte del poseedor de la rectoría que se le había destinado, me mandó
una carta pidiéndome que se la otorgara. Me decía, y no me era difícil
creerlo, que se hallaba en muy mala situación, opinaba que la carrera de
derecho no era rentable, y que estaba completamente decidido a
ordenarse si yo le concedía la rectoría en cuestión, cosa que no dudaba
que haría, pues sabía que no disponía de nadie más para ocuparla y por
otra parte no podría olvidar los deseos de mi venerable padre. Creo que no
podrá usted censurarme por haberme negado a complacer esta demanda e
impedir que se repitiese. El resentimiento de Wickham fue proporcional a
lo calamitoso de sus circunstancias, y sin duda habló de mí ante la gente
con la misma violencia con que me injurió directamente. Después de esto,
se rompió todo tipo de relación entre él y yo. Ignoro cómo vivió. Pero el
último verano tuve de él noticias muy desagradables.
Tengo que referirle a usted algo, ahora, que yo mismo querría olvidar y
que ninguna otra circunstancia que la presente podría inducirme a
desvelar a ningún ser humano. No dudo que me guardará usted el secreto.
Mi hermana, que tiene diez años menos que yo, quedó bajo la custodia del
sobrino de mi madre, el coronel Fitzwilliam y la mía. Hace
aproximadamente un año salió del colegio y se instaló en Londres. El
verano pasado fue con su institutriz a Ramsgate, adonde fue también el
señor Wickham expresamente, con toda seguridad, pues luego supimos que
la señora Younge y él habían estado en contacto. Nos habíamos engañado,
por desgracia, sobre el modo de ser de la institutriz. Con la complicidad y
ayuda de ésta, Wickham se dedicó a seducir a Georgiana, cuyo afectuoso
corazón se impresionó fuertemente con sus atenciones; era sólo una niña y
creyendo estar enamorada consintió en fugarse. No tenía entonces más que
quince años, lo cual le sirve de excusa. Después de haber confesado su