Page 144 - Libro Orgullo y Prejuicio
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sabía que estaba en Londres y la señorita Bingley lo sabía también; pero mi
amigo no se ha enterado todavía. Tal vez si se hubiesen encontrado, no
habría pasado nada; pero no me parecía que su afecto se hubiese
extinguido lo suficiente para que pudiese volver a verla sin ningún peligro.
Puede que esta ocultación sea indigna de mí, pero creí mi deber hacerlo.
Sobre este asunto no tengo más que decir ni más disculpa que ofrecer. Si he
herido los sentimientos de su hermana, ha sido involuntariamente, y aunque
mis móviles puedan parecerle insuficientes, yo no los encuentro tan
condenables.
Con respecto a la otra acusación más importante de haber perjudicado
al señor Wickham, sólo la puedo combatir explicándole detalladamente la
relación de ese señor con mi familia. Ignoro de qué me habrá acusado en
concreto, pero hay más de un testigo fidedigno que pueda corroborarle a
usted la veracidad de cuanto voy a contarle.
El señor Wickham es hijo de un hombre respetabilísimo que tuvo a su
cargo durante muchos años la administración de todos los dominios de
Pemberley, y cuya excelente conducta inclinó a mi padre a favorecerle,
como era natural; el cariño de mi progenitor se manifestó, por lo tanto,
generosamente en George Wickham, que era su ahijado. Costeó su
educación en un colegio y luego en Cambridge, pues su padre,
constantemente empobrecido por las extravagancias de su mujer, no habría
podido darle la educación de un caballero. Mi padre no sólo gustaba de la
compañía del muchacho, que era siempre muy zalamero, sino que formó
de él el más alto juicio y creyó que la Iglesia podría ser su profesión, por lo
que procuró proporcionarle los medios para ello. Yo, en cambio, hace
muchos años que empecé a tener de Wickham una idea muy diferente. La
propensión a vicios y la falta de principios que cuidaba de ocultar a su
mejor amigo, no pudieron escapar a la observación de un muchacho casi
de su misma edad que tenía ocasión de sorprenderle en momentos de
descuido que el señor Darcy no veía. Ahora tendré que apenarla de nuevo
hasta un grado que sólo usted puede calcular, pero cualesquiera que sean
los sentimientos que el señor Wickham haya despertado en usted, esta
sospecha no me impedirá desenmascararle, sino, al contrario, será para mí
un aliciente más.
Mi excelente padre murió hace cinco años, y su afecto por el señor
Wickham siguió tan constante hasta el fin, que en su testamento me
recomendó que le apoyase del mejor modo que su profesión lo consintiera;
si se ordenaba sacerdote, mi padre deseaba que se le otorgase un beneficio
capaz de sustentar a una familia, a la primera vacante. También le legaba
mil libras. El padre de Wickham no sobrevivió mucho al mío. Y medio año
después de su muerte, el joven Wickham me escribió informándome que