Page 148 - Libro Orgullo y Prejuicio
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lo sucedido a raíz de haber rehusado Wickham a la rectoría, a cambio de lo cual
      había recibido una suma tan considerable como tres mil libras, no pudo menos
      que  volver  a  dudar.  Dobló  la  carta  y  pesó  todas  las  circunstancias  con  su
      pretendida  imparcialidad,  meditando  sobre  las  probabilidades  de  sinceridad  de
      cada relato, pero no adelantó nada; de uno y otro lado no encontraba más que
      afirmaciones.  Se  puso  a  leer  de  nuevo,  pero  cada  línea  probaba  con  mayor
      claridad que aquel asunto que ella no creyó que pudiese ser explicado más que
      como una infamia en detrimento del proceder de Darcy, era susceptible de ser
      expuesto de tal modo que dejaba a Darcy totalmente exento de culpa.
        Lo  de  los  vicios  y  la  prodigalidad  que  Darcy  no  vacilaba  en  imputarle  a
      Wickham, la indignaba en exceso, tanto más cuanto que no tenía pruebas para
      rebatir el testimonio de Darcy. Elizabeth no había oído hablar nunca de Wickham
      antes de su ingreso en la guarnición del condado, a lo cual le había inducido su
      encuentro casual en Londres con un joven a quien sólo conocía superficialmente.
      De su antigua vida no se sabía en Hertfordshire más que lo que él mismo había
      contado.  En  cuanto  a  su  verdadero  carácter,  y  a  pesar  de  que  Elizabeth  tuvo
      ocasión  de  analizarlo,  nunca  sintió  deseos  de  hacerlo;  su  aspecto,  su  voz  y  sus
      modales  le  dotaron  instantáneamente  de  todas  las  virtudes.  Trató  de  recordar
      algún  rasgo  de  nobleza,  algún  gesto  especial  de  integridad  o  de  bondad  que
      pudiese librarle de los ataques de Darcy, o, por lo menos, que el predominio de
      buenas cualidades le compensara de aquellos errores casuales, que era como ella
      se  empeñaba  en  calificar  lo  que  Darcy  tildaba  de  holgazanería  e  inmoralidad
      arraigados  en  él  desde  siempre.  Se  imaginó  a  Wickham  delante  de  ella,  y  lo
      recordó con todo el encanto de su trato, pero aparte de la aprobación general de
      que  disfrutaba  en  la  localidad  y  la  consideración  que  por  su  simpatía  había
      ganado  entre  sus  camaradas,  Elizabeth  no  pudo  hallar  nada  más  en  su  favor.
      Después de haber reflexionado largo rato sobre este punto, reanudó la lectura.
      Pero  lo  que  venía  a  continuación  sobre  la  aventura  con  la  señorita  Darcy  fue
      confirmado en parte por la conversación que Elizabeth había tenido la mañana
      anterior con el coronel Fitzwilliam; y, al final de la carta, Darcy apelaba, para
      probar  la  verdad  de  todo,  al  propio  coronel,  cuya  intervención  en  todos  los
      asuntos de su primo Elizabeth conocía por anticipado, y cuya veracidad no tenía
      motivos  para  poner  en  entredicho.  Estuvo  a  punto  de  recurrir  a  él,  pero  se
      contuvo  al  pensar  lo  violento  que  sería  dar  ese  paso;  desechándolo,  al  fin,
      convencida de que Darcy no se habría arriesgado nunca a proponérselo sin tener
      la absoluta seguridad de que su primo corroboraría sus afirmaciones.
        Recordaba perfectamente todo lo que Wickham le dijo cuando hablaron por
      primera vez en casa del señor Philips; muchas de sus expresiones estaban aún
      íntegramente  en  su  memoria.  Ahora  se  daba  cuenta  de  lo  impropio  de  tales
      confidencias a una persona extraña y se admiraba de no haber caído antes en
      ello. Veía la falta de delicadeza que implicaba el ponerse en evidencia de aquel
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