Page 143 - Libro Orgullo y Prejuicio
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conclusiones no se dejan influir por mis esperanzas o temores. No la creía
        indiferente  porque  me  convenía  creerlo,  lo  creía  con  absoluta
        imparcialidad.  Mis  objeciones  a  esa  boda  no  eran  exactamente  las  que
        anoche reconocí que sólo podían ser superadas por la fuerza de la pasión,
        como en mi propio caso; la desproporción de categoría no sería tan grave
        en lo que atañe a mi amigo como en lo que a mí se refiere; pero había
        otros obstáculos que, a pesar de existir tanto en el caso de mi amigo como
        en  el  mío,  habría  tratado  de  olvidar  puesto  que  no  me  afectaban
        directamente.  Debo  decir  cuáles  eran,  aunque  lo  haré  brevemente.  La
        posición  de  la  familia  de  su  madre,  aunque  cuestionable,  no  era  nada
        comparado  con  la  absoluta  inconveniencia  mostrada  tan  a  menudo,  casi
        constantemente,  por  dicha  señora,  por  sus  tres  hermanas  menores  y,  en
        ocasiones, incluso por su padre. Perdóneme, me duele ofenderla; pero en
        medio de lo que le conciernen los defectos de sus familiares más próximos
        y  de  su  disgusto  por  la  mención  que  hago  de  los  mismos,  consuélese
        pensando que el hecho de que tanto usted como su hermana se comporten
        de  tal  manera  que  no  se  les  pueda  hacer  de  ningún  modo  los  mismos
        reproches, las eleva aún más en la estimación que merecen. Sólo diré que
        con  lo  que  pasó  aquella  noche  se  confirmaron  todas  mis  sospechas  y
        aumentaron  los  motivos  que  ya  antes  hubieran  podido  impulsarme  a
        preservar  a  mi  amigo  de  lo  que  consideraba  como  una  unión
        desafortunada. Bingley se marchó a Londres al día siguiente, como usted
        recordará, con el propósito de regresar muy pronto.
          Falta ahora explicar mi intervención en el asunto. El disgusto de sus
        hermanas  se  había  exasperado  también  y  pronto  descubrimos  que
        coincidíamos  en  nuestras  apreciaciones.  Vimos  que  no  había  tiempo  que
        perder si queríamos separar a Bingley de su hermana, y decidimos irnos
        con  él  a  Londres.  Nos  trasladamos  allí  y  al  punto  me  dediqué  a  hacerle
        comprender a mi amigo los peligros de su elección. Se los enumeré y se los
        describí  con  empeño.  Pero,  aunque  ello  podía  haber  conseguido  que  su
        determinación vacilase o se aplazara, no creo que hubiese impedido al fin
        y al cabo la boda, a no ser por el convencimiento que logré inculcarle de
        la indiferencia de su hermana. Hasta entonces Bingley había creído que
        ella  correspondía  a  su  afecto  con  sincero  aunque  no  igual  interés.  Pero
        Bingley posee una gran modestia natural y, además, cree de buena fe que
        mi sagacidad es mayor que la suya. Con todo, no fue fácil convencerle de
        que se había engañado. Una vez convencido, el hacerle tomar la decisión
        de no volver a Hertfordshire fue cuestión de un instante. No veo en todo
        esto  nada  vituperable  contra  mí.  Una  sola  cosa  en  todo  lo  que  hice  me
        parece reprochable: el haber accedido a tomar las medidas procedentes
        para  que  Bingley  ignorase  la  presencia  de  su  hermana  en  la  ciudad.  Yo
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