Page 139 - Libro Orgullo y Prejuicio
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esperanzas, sumiéndolos a los dos en la mayor desventura.
        Hizo una pausa y vio, indignada, que Darcy la estaba escuchando con un aire
      que  indicaba  no  hallarse  en  absoluto  conmovido  por  ningún  tipo  de
      remordimiento. Incluso la miraba con una sonrisa de petulante incredulidad.
        —¿Puede negar que ha hecho esto? —repitió ella.
        Fingiendo estar sereno, Darcy contestó:
        —No he de negar que hice todo lo que estuvo en mi mano para separar a mi
      amigo de su hermana, ni que me alegro del resultado. He sido más amable con él
      que conmigo mismo.
        Elizabeth  desdeñó  aparentar  que  notaba  esa  sutil  reflexión,  pero  no  se  le
      escapó su significado, y no consiguió conciliarla.
        —Pero  no  sólo  en  esto  se  funda  mi  antipatía  —continuó  Elizabeth—.  Mi
      opinión de usted se formó mucho antes de que este asunto tuviese lugar. Su modo
      de  ser  quedó  revelado  por  una  historia  que  me  contó  el  señor  Wickham  hace
      algunos meses. ¿Qué puede decir a esto? ¿Con qué acto ficticio de amistad puede
      defenderse ahora? ¿Con qué falsedad puede justificar en este caso su dominio
      sobre los demás?
        —Se interesa usted muy vivamente por lo que afecta a ese caballero —dijo
      Darcy en un tono menos tranquilo y con el rostro enrojecido.
        —¿Quién, que conozca las penas que ha pasado, puede evitar sentir interés
      por él?
        —¡Las  penas  que  ha  pasado!  —exclamó  Darcy  despectivamente—.  Sí,
      realmente, unas penas inmensas…
        —¡Por su culpa! —exclamó Elizabeth con energía—. Usted le redujo a su
      actual  relativa  pobreza.  Usted  le  negó  el  porvenir  que,  como  bien  debe  saber,
      estaba  destinado  para  él.  En  los  mejores  años  de  la  vida  le  privó  de  una
      independencia a la que no sólo tenía derecho sino que merecía. ¡Hizo todo esto!
      Y aún es capaz de ridiculizar y burlarse de sus penas…
        —¡Y ésa es! —gritó Darcy mientras se paseaba como una exhalación por el
      cuarto—. ¡La opinión que tiene usted de mí! ¡Ésta es la estimación en la que me
      tiene! Le doy las gracias por habérmelo explicado tan abiertamente. Mis faltas,
      según  su  cálculo,  son  verdaderamente  enormes.  Pero  puede  —añadió
      deteniéndose y volviéndose hacia ella— que estas ofensas hubiesen sido pasadas
      por alto si no hubiese herido su orgullo con mi honesta confesión de los reparos
      que  durante  largo  tiempo  me  impidieron  tomar  una  resolución.  Me  habría
      ahorrado  estas  amargas  acusaciones  si  hubiese  sido  más  hábil  y  le  hubiese
      ocultado  mi  lucha,  halagándola  al  hacerle  creer  que  había  dado  este  paso
      impulsado por la razón, por la reflexión, por una incondicional y pura inclinación,
      por lo que sea. Pero aborrezco todo tipo de engaño y no me avergüenzo de los
      sentimientos que he manifestado, eran naturales y justos. ¿Cómo podía suponer
      usted que me agradase la inferioridad de su familia y que me congratulase por la
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