Page 140 - Libro Orgullo y Prejuicio
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perspectiva de tener unos parientes cuya condición están tan por debajo de la
      mía?
        La irritación de Elizabeth crecía a cada instante; aun así intentó con todas sus
      fuerzas expresarse con mesura cuando dijo:
        —Se equivoca usted, señor Darcy, si supone que lo que me ha afectado es su
      forma de declararse; si se figura que me habría evitado el mal rato de rechazarle
      si se hubiera comportado de modo más caballeroso.
        Elizabeth se dio cuenta de que estaba a punto de interrumpirla, pero no dijo
      nada y ella continuó:
        —Usted  no  habría  podido  ofrecerme  su  mano  de  ningún  modo  que  me
      hubiese tentado a aceptarla.
        De nuevo su asombro era obvio. La miró con una expresión de incredulidad y
      humillación al mismo tiempo, y ella siguió diciendo:
        —Desde  el  principio,  casi  desde  el  primer  instante  en  que  le  conocí,  sus
      modales me convencieron de su arrogancia, de su vanidad y de su egoísta desdén
      hacia los sentimientos ajenos; me disgustaron de tal modo que hicieron nacer en
      mí la desaprobación que los sucesos posteriores convirtieron en firme desagrado;
      y  no  hacía  un  mes  aún  que  le  conocía  cuando  supe  que  usted  sería  el  último
      hombre en la tierra con el que podría casarme.
        —Ha  dicho  usted  bastante,  señorita.  Comprendo  perfectamente  sus
      sentimientos  y  sólo  me  resta  avergonzarme  de  los  míos.  Perdone  por  haberle
      hecho perder tanto tiempo, y acepte mis buenos deseos de salud y felicidad.
        Dicho  esto  salió  precipitadamente  de  la  habitación,  y  Elizabeth  le  oyó  en
      seguida abrir la puerta de la entrada y salir de la casa.
        La confusión de su mente le hacía sufrir intensamente. No podía sostenerse
      de pie y tuvo que sentarse porque las piernas le flaqueaban. Lloró durante media
      hora. Su asombro al recordar lo ocurrido crecía cada vez más. Haber recibido
      una proposición de matrimonio de Darcy que había estado enamorado de ella
      durante tantos meses, y tan enamorado que quería casarse a pesar de todas las
      objeciones que le habían inducido a impedir que su amigo se casara con Jane, y
      que debieron pasar con igual fuerza en su propio caso, resultaba increíble. Le era
      grato haber inspirado un afecto tan vehemente. Pero el orgullo, su abominable
      orgullo,  su  desvergonzada  confesión  de  lo  que  había  hecho  con  Jane,  su
      imperdonable descaro al reconocerlo sin ni siquiera tratar de disculparse, y la
      insensibilidad con que había hablado de Wickham a pesar de no haber negado su
      crueldad para con él, no tardaron en prevalecer sobre la compasión que había
      sentido al pensar en su amor.
        Siguió inmersa en sus agitados pensamientos, hasta que el ruido del carruaje
      de  lady  Catherine  le  hizo  darse  cuenta  de  que  no  estaba  en  condiciones  de
      encontrarse con Charlotte, y subió corriendo a su cuarto.
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