Page 152 - Libro Orgullo y Prejuicio
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opondría a llevarlas a las dos, ya que ninguna de ustedes es gruesa.
        Es usted muy amable, señora; pero creo que no tendremos más remedio que
      hacer lo que habíamos pensado en un principio.
        Lady Catherine pareció resignarse.
        —Señora Collins, tendrá usted que mandar a un sirviente con ellas. Ya sabe
      que  siempre  digo  lo  que  siento,  y  no  puedo  soportar  la  idea  de  que  dos
      muchachas viajen solas en la diligencia. No está bien. Busque usted la manera de
      que alguien las acompañe. No hay nada que me desagrade tanto como eso. Las
      jóvenes tienen que ser siempre guardadas y atendidas según su posición. Cuando
      mi sobrina Georgiana fue a Ramsgate el verano pasado, insistí en que fueran con
      ellas dos criados varones; de otro modo, sería impropio de la señorita Darcy, la
      hija del señor Darcy de Pemberley y de lady Anne. Pongo mucho cuidado en
      estas cosas. Mande usted a John con las muchachas, señora Collins. Me alegro de
      que se me haya ocurrido, pues sería deshonroso para usted enviarlas solas.
        —Mi tío nos mandará un criado.
        —¡Ah!  ¡Un  tío  de  ustedes!  ¿Conque  tiene  criado?  Celebro  que  tengan  a
      alguien  que  piense  en  estas  cosas.  ¿Dónde  cambiarán  los  caballos?  ¡Oh!  En
      Bromley, desde luego. Si cita mi nombre en « La Campana»  la atenderán muy
      bien.
        Lady  Catherine  tenía  otras  muchas  preguntas  que  hacer  sobre  el  viaje  y
      como no todas las contestaba ella, Elizabeth tuvo que prestarle atención; fue una
      suerte, pues de otro modo, con lo ocupada que tenía la cabeza, habría llegado a
      olvidar en dónde estaba. Tenía que reservar sus meditaciones para sus horas de
      soledad; cuando estaba sola se entregaba a ellas como su mayor alivio; no pasaba
      un  día  sin  que  fuese  a  dar  un  paseo  para  poder  sumirse  en  la  delicia  de  sus
      desagradables recuerdos.
        Ya casi sabía de memoria la carta de Darcy. Estudiaba sus frases una por
      una, y los sentimientos hacia su autor eran a veces sumamente encontrados. Al
      fijarse en el tono en que se dirigía a ella, se llenaba de indignación, pero cuando
      consideraba con cuánta injusticia le había condenado y vituperado, volvía su ira
      contra  sí  misma  y  se  compadecía  del  desengaño  de  Darcy.  Su  amor  por  ella
      excitaba  su  gratitud,  y  su  modo  de  ser  en  general,  su  respeto;  pero  no  podía
      aceptarlo  y  ni  por  un  momento  se  arrepintió  de  haberle  rechazado  ni
      experimentó  el  menor  deseo  de  volver  a  verle.  El  modo  en  que  ella  se  había
      comportado  la  llenaba  de  vergüenza  y  de  pesar  constantemente,  y  los
      desdichados defectos de su familia le causaban una desazón horrible. No tenían
      remedio. Su padre se limitaba a burlarse de sus hermanas menores, pero nunca
      intentaba contener su impetuoso desenfreno; y su madre, cuyos modales estaban
      tan lejos de toda corrección, era completamente insensible al peligro. Elizabeth
      se había puesto muchas veces de acuerdo con Jane para reprimir la imprudencia
      de  Catherine  y  Lydia,  pero  mientras  las  apoyase  la  indulgencia  de  su  madre,
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