Page 155 - Libro Orgullo y Prejuicio
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ideas; parecemos hechos el uno para el otro.
        Elizabeth pudo decir de veras que era una gran alegría que así fuese, y con la
      misma  sinceridad  añadió  que  lo  creía  firmemente  y  que  se  alegraba  de  su
      bienestar doméstico; pero, sin embargo, no lamentó que la descripción del mismo
      fuese  interrumpida  por  la  llegada  de  la  señora  de  quien  se  trataba.  ¡Pobre
      Charlotte! ¡Era triste dejarla en semejante compañía! Pero ella lo había elegido
      conscientemente. Se veía claramente que le dolía la partida de sus huéspedes,
      pero  no  parecía  querer  que  la  compadeciesen.  Su  hogar  y  sus  quehaceres
      domésticos, su parroquia, su gallinero y todas las demás tareas anexas, todavía no
      habían perdido el encanto para ella.
        Por  fin  llegó  la  silla  de  posta;  se  cargaron  los  baúles,  se  acomodaron  los
      paquetes  y  se  les  avisó  que  todo  estaba  listo.  Las  dos  amigas  se  despidieron
      afectuosamente,  y  Collins  acompañó  a  Elizabeth  hasta  el  coche.  Mientras
      atravesaban el jardín le encargó que saludase afectuosamente de su parte a toda
      la familia y que les repitiese su agradecimiento por las bondades que le habían
      dispensado durante su estancia en Longbourn el último invierno, y le encareció
      que saludase también a los Gardiner a pesar de que no los conocía. Le ayudó a
      subir  al  coche  y  tras  ella,  a  María.  A  punto  de  cerrar  las  portezuelas,  Collins,
      consternado,  les  recordó  que  se  habían  olvidado  de  encargarle  algo  para  las
      señoras de Rosings.
        —Pero —añadió— seguramente desearán que les transmitamos sus humildes
      respetos junto con su gratitud por su amabilidad para con ustedes.
        Elizabeth no se opuso; se cerró la portezuela y el carruaje partió.
        —¡Dios  mío!  —exclamó  María  al  cabo  de  unos  minutos  de  silencio—.
      Parece  que  fue  ayer  cuando  llegamos  y,  sin  embargo,  ¡cuántas  cosas  han
      ocurrido!
        —Muchas, es cierto —contestó su compañera en un suspiro.
        —Hemos  cenado  nueve  veces  en  Rosings,  y  hemos  tomado  el  té  allí  dos
      veces.  ¡Cuánto  tengo  que  contar!  Elizabeth  añadió  para  sus  adentros:  « ¡Y  yo,
      cuántas cosas tengo que callarme!»
        El viaje transcurrió sin mucha conversación y sin ningún incidente y a las
      cuatro horas de haber salido de Hunsford llegaron a casa de los Gardiner, donde
      iban a pasar unos pocos días.
        Jane tenía muy buen aspecto, y Elizabeth casi no tuvo lugar de examinar su
      estado de ánimo, pues su tía les tenía preparadas un sinfín de invitaciones. Pero
      Jane  iba  a  regresar  a  Longbourn  en  compañía  de  su  hermana  y,  una  vez  allí,
      habría tiempo de sobra para observarla.
        Elizabeth  se  contuvo  a  duras  penas  para  no  contarle  hasta  entonces  las
      proposiciones de Darcy. ¡Qué sorpresa se iba a llevar, y qué gratificante sería
      para la vanidad que Elizabeth todavía no era capaz de dominar! Era una tentación
      tan fuerte,  que  no  habría  podido resistirla  a  no  ser por  la  indecisión  en  que  se
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