Page 159 - Libro Orgullo y Prejuicio
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Wickham, Pratt y dos o tres caballeros más, no lo conocieron ni por lo más
remoto. ¡Ay, cómo me reí! ¡Y lo que se rió la señora Forster! Creí que me iba a
morir de risa. Y entonces, eso les hizo sospechar algo y en seguida descubrieron
la broma.
Con historias parecidas de fiestas y bromas, Lydia trató, con la ayuda de las
indicaciones de Catherine, de entretener a sus hermanas y a María durante todo
el camino hasta que llegaron a Longbourn. Elizabeth intentó escucharla lo menos
posible, pero no se le escaparon las frecuentes alusiones a Wickham.
En casa las recibieron con todo el cariño. La señora Bennet se regocijó al ver
a Jane tan guapa como siempre, y el señor Bennet, durante la comida, más de
una vez le dijo a Elizabeth de todo corazón:
—Me alegro de que hayas vuelto, Lizzy.
La reunión en el comedor fue numerosa, pues habían ido a recoger a María y
a oír las noticias, la mayoría de los Lucas. Se habló de muchas cosas. Lady
Lucas interrogaba a María, desde el otro lado de la mesa, sobre el bienestar y el
corral de su hija mayor; la señora Bennet estaba doblemente ocupada en
averiguar las modas de Londres que su hija Jane le explicaba por un lado, y en
transmitir los informes a las más jóvenes de las Lucas, por el otro. Lydia,
chillando más que nadie, detallaba lo que habían disfrutado por la mañana a todos
los que quisieran escucharla.
—¡Oh, Mary! —exclamó—. ¡Cuánto me hubiese gustado que hubieras
venido con nosotras! ¡Nos hemos divertido de lo lindo! Cuando íbamos Catherine
y yo solas, cerramos todas las ventanillas para hacer ver que el coche iba vacío,
y habríamos ido así todo el camino, si Catherine no se hubiese mareado. Al llegar
al « George» ¡fuimos tan generosas!, obsequiamos a las tres con el aperitivo más
estupendo del mundo, y si hubieses venido tú, te habríamos invitado a ti también.
¡Y qué juerga a la vuelta! Pensé que no íbamos a caber en el coche. Estuve a
punto de morirme de risa. Y todo el camino lo pasamos bárbaro; hablábamos y
reíamos tan alto que se nos habría podido oír a diez millas.
Mary replicó gravemente:
—Lejos de mí, querida hermana, está el despreciar esos placeres. Serán
propios, sin duda, de la mayoría de las mujeres. Pero confieso que a mí no me
hacen ninguna gracia; habría preferido mil veces antes un libro.
Pero Lydia no oyó una palabra de su observación. Rara vez escuchaba a
nadie más de medio minuto, y a Mary nunca le hacía ni caso.
Por la tarde Lydia propuso con insistencia que fuesen todas a Meryton para
ver cómo estaban todos; pero Elizabeth se opuso enérgicamente. No quería que
se dijera que las señoritas Bennet no podían estarse en casa medio día sin ir
detrás de los oficiales. Tenía otra razón para oponerse: temía volver a ver a
Wickham, cosa que deseaba evitar en todo lo posible. La satisfacción que sentía
por la partida del regimiento era superior a cuanto pueda expresarse. Dentro de