Page 149 - Libro Orgullo y Prejuicio
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modo, y la incoherencia de sus declaraciones con su conducta. Se acordaba de
      que se jactó de no temer ver a Darcy y de que éste tendría que irse, pero que él
      no se movería, lo que no le impidió evadirse para no asistir al baile de Netherfield
      a  la  semana  siguiente.  También  recordaba  que  hasta  que  la  familia  de
      Netherfield no había abandonado el condado, no contó su historia nada más que a
      ella, pero desde su marcha, la citada historia corrió de boca en boca, y Wickham
      no  tuvo  el  menor  escrúpulo  en  hundir  la  reputación  de  Darcy,  por  más  que
      anteriormente le había asegurado a Elizabeth que el respeto al padre le impediría
      siempre agraviar al hijo.
        ¡Qué  diferente  le  parecía  ahora  todo  lo  que  se  refería  a  Wickham!  Sus
      atenciones  para  con  la  señorita  King  eran  ahora  única  y  exclusivamente  la
      consecuencia de sus odiosas perspectivas de cazador de dotes, y la mediocridad
      de  la  fortuna  de  la  señorita  ya  no  eran  la  prueba  de  la  moderación  de  sus
      ambiciones, sino el afán de agarrarse a cualquier cosa. Su actitud con Elizabeth
      no podía tener ahora un motivo aceptable: o se había engañado al principio en
      cuanto a sus bienes, o había tratado de halagar su propia vanidad alimentando la
      preferencia  que  ella  le  demostró  incautamente.  Todos  los  esfuerzos  que  hacía
      para defenderle se iban debilitando progresivamente. Y para mayor justificación
      de Darcy, no pudo menos que reconocer que Bingley, al ser interrogado por Jane,
      proclamó  tiempo  atrás  la  inocencia  de  Darcy  en  aquel  asunto;  que  por  muy
      orgulloso y repelente que fuese, nunca, en todo el curso de sus relaciones con él
      —relaciones que últimamente les habían acercado mucho, permitiéndole a ella
      conocer más a fondo su carácter—, le había visto hacer nada innoble ni injusto,
      nada por lo que pudiera tachársele de irreligioso o inmoral; que entre sus amigos
      era apreciado y querido, y que hasta el mismo Wickham había reconocido que
      era un buen hermano. Ella también le había oído hablar de su hermana con un
      afecto tal que demostraba que tenía buenos sentimientos. Si hubiese sido como
      Wickham  le  pintaba,  capaz  de  tal  violación  de  todos  los  derechos,  habría  sido
      difícil que nadie lo supiera, y la amistad entre un ser semejante y un hombre tan
      amable como Bingley habría sido incomprensible.
        Llegó a avergonzarse de sí misma. No podía pensar en Darcy ni en Wickham
      sin reconocer que había sido parcial, absurda, que había estado ciega y llena de
      prejuicios.
        « ¡De  qué  modo  tan  despreciable  he  obrado  —pensó—,  yo  que  me
      enorgullecía de mi perspicacia! ¡Yo que me he vanagloriado de mi talento, que
      he desdeñado el generoso candor de mi hermana y he halagado mi vanidad con
      recelos inútiles o censurables! ¡Qué humillante es todo esto, pero cómo merezco
      esta humillación! Si hubiese estado enamorada de Wickham, no habría actuado
      con tan lamentable ceguera. Pero la vanidad, y no el amor, ha sido mi locura.
      Complacida con la preferencia del uno y ofendida con el desprecio del otro, me
      he entregado desde el principio a la presunción y a la ignorancia, huyendo de la
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