Page 166 - Libro Orgullo y Prejuicio
P. 166

se  resignase.  La  dichosa  invitación  despertó  en  Elizabeth  sentimientos  bien
      distintos  a  los  de  Lydia  y  su  madre;  comprendió  claramente  que  ya  no  había
      ninguna  esperanza  de  que  la  señora  Bennet  diese  alguna  prueba  de  sentido
      común.  No  pudo  menos  que  pedirle  a  su  padre  que  no  dejase  a  Lydia  ir  a
      Brighton, pues semejante paso podía tener funestas consecuencias. Le hizo ver la
      inconveniencia  de  Lydia,  las  escasas  ventajas  que  podía  reportarle  su  amistad
      con  la  señora  Forster,  y  el  peligro  de  que  con  aquella  compañía  redoblase  la
      imprudencia  de  Lydia  en  Brighton,  donde  las  tentaciones  serían  mayores.  El
      señor Bennet escuchó con atención a su hija y le dijo:
        —Lydia no estará tranquila hasta que haga el ridículo en público en un sitio u
      otro, y nunca podremos esperar que lo haga con tan poco gasto y sacrificio para
      su familia como en esta ocasión.
        —Si supieras —replicó Elizabeth— los grandes daños que nos puede acarrear
      a todos lo que diga la gente del proceder inconveniente e indiscreto de Lydia, y
      los  que  ya  nos  ha  acarreado,  estoy  segura  de  que  pensarías  de  modo  muy
      distinto.
        —¡Qué ya nos ha acarreado! —exclamó el señor Bennet—. ¿Ha ahuyentado
      a alguno de tus pretendientes? ¡Pobre Lizzy! Pero no te aflijas. Esos jóvenes tan
      delicados  que  no  pueden  soportar  tales  tonterías  no  valen  la  pena.  Ven,  dime
      cuáles son los remilgados galanes a quienes ha echado atrás la locura de Lydia.
        —No me entiendes. No me quejo de eso. No denuncio peligros concretos,
      sino  generales.  Nuestro  prestigio  y  nuestra  respetabilidad  ante  la  gente  serán
      perjudicados  por  la  extrema  ligereza,  el  desdén  y  el  desenfreno  de  Lydia.
      Perdona,  pero  tengo  que  hablarte  claramente.  Si  tú,  querido  padre,  no  quieres
      tomarte la molestia de reprimir su euforia, de enseñarle que no debe consagrar
      su vida a sus actuales pasatiempos, dentro de poco será demasiado tarde para que
      se  enmiende.  Su  carácter  se  afirmará  y  a  los  dieciséis  años  será  una  coqueta
      incorregible que no sólo se pondrá en ridículo a sí misma, sino a toda su familia;
      coqueta, además, en el peor y más ínfimo grado de coquetería, sin más atractivo
      que su juventud y sus regulares prendas físicas; ignorante y de cabeza hueca,
      incapaz de reparar en lo más mínimo el desprecio general que provocará su afán
      de ser admirada. Catherine se encuentra en el mismo peligro, porque irá donde
      Lydia  la  lleve;  vana,  ignorante,  perezosa  y  absolutamente  incontrolada.  Padre,
      ¿puedes creer que no las criticarán y las despreciarán en dondequiera que vayan,
      y que no envolverán en su desgracia a las demás hermanas?
        El señor Bennet se dio cuenta de que Elizabeth hablaba con el corazón. Le
      tomó la mano afectuosamente y le contestó:
        —No  te  intranquilices,  amor  mío.  Tú  y  Jane  seréis  siempre  respetadas  y
      queridas  en  todas  partes,  y  no  pareceréis  menos  aventajadas  por  tener  dos  o
      quizá tres hermanas muy necias. No habrá paz en Longbourn si Lydia no va a
      Brighton. Déjala que, vaya. El coronel Forster es un hombre sensato y la vigilará.
   161   162   163   164   165   166   167   168   169   170   171