Page 171 - Libro Orgullo y Prejuicio
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placer anticipado, la consolase de lo presente y la preparase para otro desengaño.
      Su viaje a los Lagos se convirtió en el objeto de sus pensamientos más dichosos y
      constituyó su mejor refugio en las desagradables horas que el descontento de su
      madre y de Catherine hacían inevitables. Y si hubiese podido incluir a Jane en el
      plan, todo habría sido perfecto.
        —« Es una suerte —pensaba— tener algo que desear. Si todo fuese completo,
      algo habría, sin falta, que me decepcionase. Pero ahora, llevándome esa fuente
      de  añoranza  que  será  la  ausencia  de  Jane,  puedo  pensar  razonablemente  que
      todas mis expectativas de placer se verán colmadas. Un proyecto que en todas
      sus  partes  promete  dichas,  nunca  sale  bien;  y  no  te  puedes  librar  de  algún
      contratiempo, si no tienes una pequeña contrariedad.»
        Lydia, al marcharse, prometió escribir muy a menudo y con todo detalle a su
      madre y a Catherine, pero sus cartas siempre se hacían esperar mucho y todas
      eran breves. Las dirigidas a su madre decían poco más que acababan de regresar
      de la sala de lectura donde las habían saludado tales y cuales oficiales, que el
      decorado de la sala era tan hermoso que le había quitado el sentido, que tenía un
      vestido nuevo o una nueva sombrilla que describiría más extensamente, pero que
      no podía porque la señora Forster la esperaba para ir juntas al campamento…
      Por la correspondencia dirigida a su hermana, menos se podía saber aún, pues
      sus cartas a Catherine, aunque largas, tenían muchas líneas subrayadas que no
      podían hacerse públicas.
        Después de las dos o tres semanas de la ausencia de Lydia, la salud y el buen
      humor  empezaron  a  reinar  en  Longbourn.  Todo  presentaba  mejor  aspecto.
      Volvían las familias que habían pasado el invierno en la capital y resurgían las
      galas  y  las  invitaciones  del  verano.  La  señora  Bennet  se  repuso  de  su  estado
      quejumbroso  y  hacia  mediados  de  junio  Catherine  estaba  ya  lo  bastante
      consolada  para  poder  entrar  en  Meryton  sin  lágrimas.  Este  hecho  era  tan
      prometedor, que Elizabeth creyó que en las próximas Navidades Catherine sería
      ya tan razonable que no mencionaría a un oficial ni una sola vez al día, a no ser
      que por alguna cruel y maligna orden del ministerio de la Guerra se acuartelara
      en Meryton un nuevo regimiento.
        La época fijada para la excursión al Norte ya se aproximaba; no faltaban
      más que dos semanas, cuando se recibió una carta de la señora Gardiner que
      aplazaba la fecha de la misma y, a la vez, abreviaba su duración. Los negocios
      del señor Gardiner le impedían partir hasta dos semanas después de comenzado
      julio, y tenía que estar de vuelta en Londres en un mes; y como esto reducía
      demasiado el tiempo para ir hasta tan lejos y para que viesen todas las cosas que
      habían  proyectado,  o  para  que  pudieran  verlas  con  el  reposo  y  comodidad
      suficientes, no había más remedio que renunciar a los Lagos y pensar en otra
      excursión más limitada, en vista de lo cual no pasarían de Derbyshire. En aquella
      comarca había bastantes cosas dignas de verse como para llenar la mayor parte
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