Page 176 - Libro Orgullo y Prejuicio
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Toca y canta todo el día. En la siguiente habitación hay un piano nuevo que le
      acaban de traer, regalo de mi señor. Ella también llegará mañana con él.
        El  señor  Gardiner,  con  amabilidad  y  destreza,  le  tiraba  de  la  lengua,  y  la
      señora Reynolds, por orgullo y por afecto, se complacía evidentemente en hablar
      de su señor y de la hermana.
        —¿Viene su señor muy a menudo a Pemberley a lo largo del año?
        —No  tanto  como  yo  querría,  señor;  pero  diría  que  pasa  aquí  la  mitad  del
      tiempo;  la  señorita  Darcy  siempre  está  aquí  durante  los  meses  de  verano.
      « Excepto —pensó Elizabeth— cuando va a Ramsgate.»
        —Si su amo se casara, lo vería usted más.
        —Sí, señor; pero no sé cuando será. No sé si habrá alguien que lo merezca.
        Los señores Gardiner se sonrieron. Elizabeth no pudo menos que decir:
        —Si así lo cree, eso dice mucho en favor del señor Darcy.
        —No  digo  más  que  la  verdad  y  lo  que  diría  cualquiera  que  le  conozca  —
      replicó la señora Reynolds. Elizabeth creyó que la cosa estaba yendo demasiado
      lejos,  y  escuchó  con  creciente  asombro  lo  que  continuó  diciendo  el  ama  de
      llaves.
        —Nunca en la vida tuvo una palabra de enojo conmigo. Y le conozco desde
      que tenía cuatro años. Era un elogio más importante que todos los otros y más
      opuesto a lo que Elizabeth pensaba de Darcy. Siempre creyó firmemente que era
      hombre  de  mal  carácter.  Con  viva  curiosidad  esperaba  seguir  oyendo  lo  que
      decía el ama, cuando su tío observó:
        —Pocas personas hay de quienes se pueda decir eso. Es una suerte para usted
      tener un señor así.
        —Sí, señor; es una suerte. Aunque diese la vuelta al mundo, no encontraría
      otro mejor. Siempre me he fijado en que los que son bondadosos de pequeños,
      siguen siéndolo de mayores. Y el señor Darcy era el niño más dulce y generoso
      de la tierra.
        Elizabeth  se  quedó  mirando  fijamente  a  la  anciana:  « ¿Puede  ser  ése
      Darcy?» , pensó.
        —Creo que su padre era una excelente persona —agregó la señora Gardiner.
        —Sí, señora; sí que lo era, y su hijo es exactamente como él, igual de bueno
      con los pobres.
        Elizabeth oía, se admiraba, dudaba y deseaba saber más. La señora Reynolds
      no lograba llamar su atención con ninguna otra cosa. Era inútil que le explicase el
      tema de los cuadros, las dimensiones de las piezas y el valor del mobiliario. El
      señor Gardiner, muy divertido ante lo que él suponía prejuicio de familia y que
      inspiraba los rendidos elogios de la anciana a su señor, no tardó en insistir en sus
      preguntas,  y  mientras  subían  la  gran  escalera,  la  señora  Reynolds  siguió
      ensalzando los muchos méritos de Darcy.
        —Es el mejor señor y el mejor amo que pueda haber; no se parece a los
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