Page 172 - Libro Orgullo y Prejuicio
P. 172
del tiempo de que disponían, y, además, la señora Gardiner sentía una atracción
muy especial por Derbyshire. La ciudad donde había pasado varios años de su
vida acaso resultaría para ella tan interesante como todas las célebres bellezas de
Matlock, Chatsworth, Dovedale o el Peak.
Elizabeth se sintió muy defraudada; le hacía mucha ilusión ir a los Lagos, y
creía que habría habido tiempo de sobra para ello. Pero, de todas formas, debía
estar satisfecha, seguramente lo pasarían bien, y no tardó mucho en
conformarse.
Para Elizabeth, el nombre de Derbyshire iba unido a muchas otras cosas. Le
hacía pensar en Pemberley y en su dueño. « Pero —se decía— podré entrar en
su condado impunemente y hurtarle algunas piedras sin que él se dé cuenta.»
La espera se le hizo entonces doblemente larga. Faltaban cuatro semanas
para que llegasen sus tíos. Pero, al fin, pasaron y los señores Gardiner se
presentaron en Longbourn con sus cuatro hijos. Los niños —dos chiquillas de seis
y ocho años de edad respectivamente, y dos varones más pequeños— iban a
quedar bajo el cuidado especial de su prima Jane, favorita de todos, cuyo dulce y
tranquilo temperamento era ideal para instruirlos, jugar con ellos y quererlos.
Los Gardiner durmieron en Longbourn aquella noche y a la mañana siguiente
partieron con Elizabeth en busca de novedades y esparcimiento. Tenían un placer
asegurado: eran los tres excelentes compañeros de viaje, lo que suponía salud y
carácter a propósito para soportar incomodidades, alegría para aumentar toda
clase de felicidad, y cariño e inteligencia para suplir cualquier contratiempo.
No vamos a describir aquí Derbyshire, ni ninguno de los notables lugares que
atravesaron: Oxford, Blenheim, Warwick, Kenelworth, Birmingham y todos los
demás, son sobradamente conocidos. No vamos a referirnos más que a una
pequeña parte de Derbyshire. Hacia la pequeña ciudad de Lambton, escenario
de la juventud de la señora Gardiner, donde últimamente había sabido que
residían aún algunos conocidos, encaminaron sus pasos los viajeros, después de
haber visto las principales maravillas de la comarca. Elizabeth supo por su tía que
Pemberley estaba a unas cinco millas de Lambton. No les cogía de paso, pero no
tenían que desviarse más que una o dos millas para visitarlo. Al hablar de su ruta
la tarde anterior, la señora Gardiner manifestó deseos de volver a ver
Pemberley. El señor Gardiner no puso inconveniente y solicitó la aprobación de
Elizabeth.
—Querida —le dijo su tía—, ¿no te gustaría ver un sitio del que tanto has oído
hablar y que está relacionado con tantos conocidos tuyos? Ya sabes que Wickham
pasó allí toda su juventud.
Elizabeth estaba angustiada. Sintió que nada tenía que hacer en Pemberley y
se vio obligada a decir que no le interesaba. Tuvo que confesar que estaba
cansada de las grandes casas, después de haber visto tantas; y que no encontraba
ningún placer en ver primorosas alfombras y cortinas de raso.