Page 178 - Libro Orgullo y Prejuicio
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estima hacia ella con una gratitud mucho más profunda de la que antes había
sentido; Elizabeth recordó la fuerza y el calor de sus palabras y mitigó su falta de
decoro.
Ya habían visto todo lo que mostraba al público de la casa; bajaron y se
despidieron del ama de llaves, quien les confió a un jardinero que esperaba en la
puerta del vestíbulo.
Cuando atravesaban la pradera camino del arroyo, Elizabeth se volvió para
contemplar de nuevo la casa. Sus tíos se detuvieron también, y mientras el señor
Gardiner se hacía conjeturas sobre la época del edificio, el dueño de éste salió de
repente de detrás de la casa por el sendero que conducía a las caballerizas.
Estaban a menos de veinte yardas, y su aparición fue tan súbita que resultó
imposible evitar que los viera. Los ojos de Elizabeth y Darcy se encontraron al
instante y sus rostros se cubrieron de intenso rubor. Él paró en seco y durante un
momento se quedó inmóvil de sorpresa; se recobró en seguida y, adelantándose
hacia los visitantes, habló a Elizabeth, si no en términos de perfecta compostura,
al menos con absoluta cortesía.
Ella se había vuelto instintivamente, pero al acercarse él se detuvo y recibió
sus cumplidos con embarazo. Si el aspecto de Darcy a primera vista o su
parecido con los retratos que acababan de contemplar hubiesen sido insuficientes
para revelar a los señores Gardiner que tenían al propio Darcy ante ellos, el
asombro del jardinero al encontrarse con su señor no les habría dejado lugar a
dudas. Aguardaron a cierta distancia mientras su sobrina hablaba con él.
Elizabeth, atónita y confusa, apenas se atrevía a alzar los ojos hacia Darcy y no
sabía qué contestar a las preguntas que él hacía sobre su familia. Sorprendida por
el cambio de modales desde que se habían separado por última vez, cada frase
que decía aumentaba su cohibición, y como entre tanto pensaba en lo impropio
de haberse encontrado allí, los pocos momentos que estuvieron juntos fueron los
más intranquilos de su existencia. Darcy tampoco parecía más dueño de sí que
ella; su acento no tenía nada de la calma que le era habitual, y seguía
preguntándole cuándo había salido de Longbourn y cuánto tiempo llevaba en
Derbyshire, con tanto desorden, y tan apresurado, que a las claras se veía la
agitación de sus pensamientos.
Por fin pareció que ya no sabía qué decir; permaneció unos instantes sin
pronunciar palabra, se reportó de pronto y se despidió.
Los señores Gardiner se reunieron con Elizabeth y elogiaron la buena
presencia de Darcy; pero ella no oía nada; embebida en sus pensamientos, los
siguió en silencio. Se hallaba dominada por la vergüenza y la contrariedad.
¿Cómo se le había ocurrido ir allí? ¡Había sido la decisión más desafortunada y
disparatada del mundo! ¡Qué extraño tenía que parecerle a Darcy! ¡Cómo había
de interpretar aquello un hombre tan vanidoso! Su visita a Pemberley parecería
hecha adrede para ir en su busca. ¿Por qué habría ido? ¿Y él, por qué habría