Page 181 - Libro Orgullo y Prejuicio
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semejante. Es imposible que aún me ame.»
Después de andar un tiempo de esta forma, las dos señoras delante y los dos
caballeros detrás, al volver a emprender el camino, después de un descenso al
borde del río para ver mejor una curiosa planta acuática, hubo un cambio de
parejas. Lo originó la señora Gardiner, que fatigada por el trajín del día,
encontraba el brazo de Elizabeth demasiado débil para sostenerla y prefirió, por
lo tanto, el de su marido. Darcy entonces se puso al lado de la sobrina y siguieron
así su paseo. Después de un corto silencio, Elizabeth tomó la palabra. Quería
hacerle saber que antes de ir a Pemberley se había cerciorado de que él no
estaba y que su llegada les era totalmente inesperada.
—Su ama de llaves —añadió— nos informó que no llegaría usted hasta
mañana; y aun antes de salir de Bakewell nos dijeron que tardaría usted en volver
a Derbyshire.
Darcy reconoció que así era, pero unos asuntos que tenía que resolver con su
administrador le habían obligado a adelantarse a sus acompañantes.
—Mañana temprano —continuó— se reunirán todos conmigo. Entre ellos hay
conocidos suyos que desearán verla; el señor Bingley y sus hermanas.
Elizabeth no hizo más que una ligera inclinación de cabeza. Se acordó al
instante de la última vez que el nombre de Bingley había sido mencionado entre
ellos, y a juzgar por la expresión de Darcy, él debía estar pensando en lo mismo.
—Con sus amigos viene también una persona que tiene especial deseo de
conocerla a usted —prosiguió al cabo de una pausa—. ¿Me permitirá, o es pedirle
demasiado, que le presente a mi hermana mientras están ustedes en Lambton?
Elizabeth se quedó boquiabierta. No alcanzaba a imaginar cómo podía
pretender aquello la señorita Darcy; pero en seguida comprendió que el deseo de
ésta era obra de su hermano, y sin sacar más conclusiones, le pareció muy
halagador. Era grato saber que Darcy no le guardaba rencor.
Siguieron andando en silencio, profundamente abstraídos los dos en sus
pensamientos. Elizabeth no podía estar tranquila, pero se sentía adulada y
complacida. La intención de Darcy de presentarle a su hermana era una
gentileza excepcional. Pronto dejaron atrás a los otros y, cuando llegaron al
coche, los señores Gardiner estaban a medio cuarto de milla de ellos.
Darcy la invitó entonces a pasar a la casa, pero Elizabeth declaró que no
estaba cansada y esperaron juntos en el césped. En aquel rato podían haber
hablado de muchas cosas, el silencio resultaba violento. Ella quería hablar pero
tenía la mente en blanco y todos los temas que se le ocurrían parecían estar
prohibidos. Al fin recordó su viaje, y habló de Matlock y Dove Dale con gran
perseverancia. El tiempo pasaba, su tía andaba muy despacio y la paciencia y
las ideas de Elizabeth se agotaban antes de que acabara el tete-à-tete. Cuando
llegaron los señores Gardiner, Darcy les invitó a todos a entrar en la casa y
tomar un refrigerio; pero ellos se excusaron y se separaron con la mayor