Page 184 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO XLIV
Elizabeth había calculado que Darcy llevaría a su hermana a visitarla al día
siguiente de su llegada a Pemberley, y en consecuencia, resolvió no perder de
vista la fonda en toda aquella mañana. Pero se equivocó, pues recibió la visita el
mismo día que llegaron. Los Gardiner y Elizabeth habían estado paseando por el
pueblo con algunos de los nuevos amigos, y regresaban en aquel momento a la
fonda para vestirse e ir a comer con ellos, cuando el ruido de un carruaje les hizo
asomarse a la ventana y vieron a un caballero y a una señorita en un cabriolé
que subía por la calle. Elizabeth reconoció al instante la librea de los lacayos,
adivinó lo que aquello significaba y dejó a sus tíos atónitos al comunicarles el
honor que les esperaba. Estaban asustados; aquella visita, lo desconcertada que
estaba Elizabeth y las circunstancias del día anterior les hicieron formar una
nueva idea del asunto. No había habido nada que lo sugiriese anteriormente, pero
ahora se daban cuenta que no había otro modo de explicar las atenciones de
Darcy más que suponiéndole interesado por su sobrina. Mientras ellos pensaban
en todo esto, la turbación de Elizabeth aumentaba por momentos. Le alarmaba su
propio desconcierto, y entre las otras causas de su desasosiego figuraba la idea de
que Darcy, en su entusiasmo, le hubiese hablado de ella a su hermana con
demasiado elogio. Deseaba agradar más que nunca, pero sospechaba que no iba
a poder conseguirlo.
Se retiró de la ventana por temor a que la viesen, y, mientras paseaba de un
lado a otro de la habitación, las miradas interrogantes de sus tíos la ponían aún
más nerviosa.
Por fin aparecieron la señorita Darcy y su hermano y la gran presentación
tuvo lugar. Elizabeth notó con asombro que su nueva conocida estaba, al menos,
tan turbada como ella. Desde que llegó a Lambton había oído decir que la
señorita Darcy era extremadamente orgullosa pero, después de haberla
observado unos minutos, se convenció de que sólo era extremadamente tímida.
Difícilmente consiguió arrancarle una palabra, a no ser unos cuantos
monosílabos.
La señorita Darcy era más alta que Elizabeth y, aunque no tenía más que
dieciséis años, su cuerpo estaba ya formado y su aspecto era muy femenino y
grácil. No era tan guapa como su hermano, pero su rostro revelaba inteligencia y
buen carácter, y sus modales eran sencillísimos y gentiles. Elizabeth, que había
temido que fuese una observadora tan aguda y desenvuelta como Darcy,
experimentó un gran alivio al ver lo distinta que era.
Poco rato llevaban de conversación, cuando Darcy le dijo a Elizabeth que
Bingley vendría también a visitarla, y apenas había tenido tiempo la joven de
expresar su satisfacción y prepararse para recibirle cuando oyeron los
precipitados pasos de Bingley en la escalera, y en seguida entró en la habitación.