Page 83 - Libro Orgullo y Prejuicio
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CAPÍTULO XX
      A Collins no lo dejaron mucho tiempo meditar en silencio el éxito de su amor;
      porque la señora Bennet que se había quedado en el vestíbulo esperando el final
      de la conversación, en cuanto vio que Elizabeth abría la puerta y se dirigía con
      paso veloz a la escalera, entró en el comedor y felicitó a Collins, congratulándose
      por el venturoso proyecto de la cercana unión. Después de aceptar y devolver
      esas felicitaciones con el mismo alborozo, Collins procedió a explicar los detalles
      de la entrevista, de cuyo resultado estaba satisfecho, pues la firme negativa de su
      prima no podía provenir, naturalmente, más que de su tímida modestia y de la
      delicadeza de su carácter.
        Pero  sus  noticias  sobresaltaron  a  la  señora  Bennet.  También  ella  hubiese
      querido  creer  que  su  hija  había  tratado  únicamente  de  animar  a  Collins  al
      rechazar sus proposiciones; pero no se atrevía a admitirlo, y así se lo manifestó a
      Collins.
        —Lo  importante  —añadió—  es  que  Lizzy  entre  en  razón.  Hablaré
      personalmente con ella de este asunto. Es una chica muy terca y muy loca y no
      sabe lo que le conviene, pero ya se lo haré saber yo.
        —Perdóneme que la interrumpa —exclamó Collins—, pero si en realidad es
      terca y loca, no sé si, en conjunto, es una esposa deseable para un hombre en mi
      situación, que naturalmente busca felicidad en el matrimonio. Por consiguiente, si
      insiste en rechazar mi petición, acaso sea mejor no forzarla a que me acepte,
      porque si tiene esos defectos, no contribuiría mucho que digamos a mi ventura.
        —Me ha entendido mal —dijo la señora Bennet alarmada—. Lizzy es terca
      sólo  en  estos  asuntos.  En  todo  lo  demás  es  la  muchacha  más  razonable  del
      mundo.  Acudiré  directamente  al  señor  Bennet  y  no  dudo  de  que  pronto  nos
      habremos puesto de acuerdo con ella.
        Sin darle tiempo a contestar, voló al encuentro de su marido y al entrar en la
      biblioteca exclamó:
        —¡Oh, señor Bennet! Te necesitamos urgentemente. Estamos en un aprieto.
      Es preciso que vayas y convenzas a Elizabeth de que se case con Collins, pues
      ella ha jurado que no lo hará y si no te das prisa, Collins cambiará de idea y ya
      no la querrá.
        Al entrar su mujer, el señor Bennet levantó los ojos del libro y los fijó en su
      rostro con una calmosa indiferencia que la noticia no alteró en absoluto.
        —No he tenido el placer de entenderte —dijo cuando ella terminó su perorata
      —. ¿De qué estás hablando? —Del señor Collins y Lizzy. Lizzy dice que no se
      casará con el señor Collins, y el señor Collins empieza a decir que no se casará
      con Lizzy.
        —¿Y qué voy a hacer yo? Me parece que no tiene remedio.
        —Háblale tú a Lizzy. Dile que quieres que se case con él.
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