Page 81 - Libro Orgullo y Prejuicio
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el fondo, piensan aceptar, cuando pide su preferencia por primera vez, y que la
negativa se repite una segunda o incluso una tercera vez. Por esto no me
descorazona en absoluto lo que acaba de decirme, y espero llevarla al altar
dentro de poco.
—¡Caramba, señor! —exclamó Elizabeth—. ¡No sé qué esperanzas le pueden
quedar después de mi contestación! Le aseguro que no soy de esas mujeres, si es
que tales mujeres existen, tan temerarias que arriesgan su felicidad al azar de
que las soliciten una segunda vez. Mi negativa es muy en serio. No podría
hacerme feliz, y estoy convencida de que yo soy la última mujer del mundo que
podría hacerle feliz a usted. Es más, si su amiga lady Catherine me conociera,
me da la sensación que pensaría que soy, en todos los aspectos, la menos indicada
para usted.
—Si fuera cierto que lady Catherine lo pensara… —dijo Collins con la mayor
gravedad— pero estoy seguro de que Su Señoría la aprobaría. Y créame —que
cuando tenga el honor de volver a verla, le hablaré en los términos más
encomiásticos de su modestia, de su economía y de sus otras buenas cualidades.
—Por favor, señor Collins, todos los elogios que me haga serán innecesarios.
Déjeme juzgar por mí misma y concédame el honor de creer lo que le digo. Le
deseo que consiga ser muy feliz y muy rico, y al rechazar su mano hago todo lo
que está a mi alcance para que no sea de otro modo. Al hacerme esta
proposición debe estimar satisfecha la delicadeza de sus sentimientos respecto a
mi familia, y cuando llegue la hora podrá tomar posesión de la herencia de
Longbourn sin ningún cargo de conciencia. Por lo tanto, dejemos este asunto
definitivamente zanjado.
Mientras acababa de decir esto, se levantó, y estaba a punto de salir de la
sala, cuando Collins le volvió a insistir:
—La próxima vez que tenga el honor de hablarle de este tema de nuevo,
espero recibir contestación más favorable que la que me ha dado ahora; aunque
estoy lejos de creer que es usted cruel conmigo, pues ya sé que es costumbre
incorregible de las mujeres rechazar a los hombres la primera vez que se
declaran, y puede que me haya dicho todo eso sólo para hacer más consistente
mi petición como corresponde a la verdadera delicadeza del carácter femenino.
—Realmente, señor Collins —exclamó Elizabeth algo acalorada— me
confunde usted en exceso. Si todo lo que he dicho hasta ahora lo interpreta como
un estímulo, no sé de qué modo expresarle mi repulsa para que quede usted
completamente convencido.
—Debe dejar que presuma, mi querida prima, que su rechazo ha sido sólo de
boquilla. Las razones que tengo para creerlo, son las siguientes: no creo que mi
mano no merezca ser aceptada por usted ni que la posición que le ofrezco deje
de ser altamente apetecible. Mi situación en la vida, mi relación con la familia de
Bourgh y mi parentesco con usted son circunstancias importantes en mi favor.