Page 84 - Libro Orgullo y Prejuicio
P. 84
—Mándale que baje. Oirá mi opinión.
La señora Bennet tocó la campanilla y Elizabeth fue llamada a la biblioteca.
—Ven, hija mía —dijo su padre en cuanto la joven entró—. Te he enviado a
buscar para un asunto importante. Dicen que Collins te ha hecho proposiciones de
matrimonio, ¿es cierto?
Elizabeth dijo que sí.
—Muy bien; y dicen que las has rechazado.
—Así es, papá.
—Bien. Ahora vamos al grano. Tu madre desea que lo aceptes. ¿No es
verdad, señora Bennet?
Sí, o de lo contrario no la quiero ver más.
—Tienes una triste alternativa ante ti, Elizabeth. Desde hoy en adelante
tendrás que renunciar a uno de tus padres. Tu madre no quiere volver a verte si
no te casas con Collins, y yo no quiero volver a verte si te casas con él.
Elizabeth no pudo menos que sonreír ante semejante comienzo; pero la
señora Bennet, que estaba convencida de que su marido abogaría en favor de
aquella boda, se quedó decepcionada.
—¿Qué significa, señor Bennet, ese modo de hablar? Me habías prometido
que la obligarías a casarse con el señor Collins.
—Querida mía —contestó su marido—, tengo que pedirte dos pequeños
favores: primero, que me dejes usar libremente mi entendimiento en este asunto,
y segundo, que me dejes disfrutar solo de mi biblioteca en cuanto puedas.
Sin embargo, la señora Bennet, a pesar de la decepción que se había llevado
con su marido, ni aun así se dio por vencida. Habló a Elizabeth una y otra vez,
halagándola y amenazándola alternativamente. Trató de que Jane se pusiese de
su parte; pero Jane, con toda la suavidad posible, prefirió no meterse. Elizabeth,
unas veces con verdadera seriedad, y otras en broma, replicó a sus ataques; y
aunque cambió de humor, su determinación permaneció inquebrantable.
Collins, mientras tanto, meditaba en silencio todo lo que había pasado. Tenía
demasiado buen concepto de sí mismo para comprender qué motivos podría
tener su prima para rechazarle, y, aunque herido en su amor propio, no sufría lo
más mínimo. Su interés por su prima era meramente imaginario; la posibilidad
de que fuera merecedora de los reproches de su madre, evitaba que él sintiese
algún pesar.
Mientras reinaba en la familia esta confusión, llegó Charlotte Lucas que venía
a pasar el día con ellos. Se encontró con Lydia en el vestíbulo, que corrió hacia
ella para contarle en voz baja lo que estaba pasando.
—¡Me alegro de que hayas venido, porque hay un jaleo aquí…! ¿Qué crees
que ha pasado esta mañana? El señor Collins se ha declarado a Elizabeth y ella le
ha dado calabazas.
Antes de que Charlotte hubiese tenido tiempo para contestar, apareció Kitty,