Page 80 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—Las razones que tengo para casarme son: primero, que la obligación de un
      clérigo  en  circunstancias  favorables  como  las  mías,  es  dar  ejemplo  de
      matrimonio  en  su  parroquia;  segundo,  que  estoy  convencido  de  que  eso
      contribuirá  poderosamente  a  mi  felicidad;  y  tercero,  cosa  que  tal  vez  hubiese
      debido advertir en primer término, que es el particular consejo y recomendación
      de la nobilísima dama a quien tengo el honor de llamar mi protectora. Por dos
      veces  se  ha  dignado  indicármelo,  aun  sin  habérselo  yo  insinuado,  y  el  mismo
      sábado por la noche, antes de que saliese de Hunsford y durante nuestra partida
      de cuatrillo, mientras la señora Jenkinson arreglaba el silletín de la señorita de
      Bourgh, me dijo: « Señor Collins, tiene usted que casarse. Un clérigo como usted
      debe  estar  casado.  Elija  usted  bien,  elija  pensando  en  mí  y  en  usted  mismo;
      procure que sea una persona activa y útil, de educación no muy elevada, pero
      capaz  de  sacar  buen  partido  a  pequeños  ingresos.  Éste  es  mi  consejo.  Busque
      usted esa mujer cuanto antes, tráigala a Hunsford y que yo la vea.»  Permítame,
      de paso, decirle, hermosa prima, que no estimo como la menor de las ventajas
      que puedo ofrecerle, el conocer y disfrutar de las bondades de lady Catherine de
      Bourgh.  Sus  modales  le  parecerán  muy  por  encima  de  cuanto  yo  pueda
      describirle, y la viveza e ingenio de usted le parecerán a ella muy aceptables,
      especialmente cuando se vean moderados por la discreción y el respeto que su
      alto  rango  impone  inevitablemente.  Esto  es  todo  en  cuanto  a  mis  propósitos
      generales en favor del matrimonio; ya no me queda por decir más, que el motivo
      de  que  me  haya  dirigido  directamente  a  Longbourn  en  vez  de  buscar  en  mi
      propia localidad, donde, le aseguro, hay muchas señoritas encantadoras. Pero es
      el  caso  que  siendo  como  soy  el  heredero  de  Longbourn  a  la  muerte  de  su
      honorable padre, que ojalá viva muchos años, no estaría satisfecho si no eligiese
      esposa entre sus hijas, para atenuar en todo lo posible la pérdida que sufrirán al
      sobrevenir tan triste suceso que, como ya le he dicho, deseo que no ocurra hasta
      dentro  de  muchos  años.  Éste  ha  sido  el  motivo,  hermosa  prima,  y  tengo  la
      esperanza de que no me hará desmerecer en su estima. Y ahora ya no me queda
      más que expresarle, con las más enfáticas palabras, la fuerza de mi afecto. En lo
      relativo a su dote, me es en absoluto indiferente, y no he de pedirle a su padre
      nada  que  yo  sepa  que  no  pueda  cumplir;  de  modo  que  no  tendrá  usted  que
      aportar más que las mil libras al cuatro por ciento que le tocarán a la muerte de
      su madre. Pero no seré exigente y puede usted tener la certeza de que ningún
      reproche interesado saldrá de mis labios en cuanto estemos casados.
        Era absolutamente necesario interrumpirle de inmediato.
        —Va usted demasiado de prisa —exclamó Elizabeth—. Olvida que no le he
      contestado. Déjeme que lo haga sin más rodeos. Le agradezco su atención y el
      honor que su proposición significa, pero no puedo menos que rechazarla.
        —Sé de sobra —replicó Collins con un grave gesto de su mano— que entre
      las jóvenes es muy corriente rechazar las proposiciones del hombre a quien, en
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