Page 75 - Libro Orgullo y Prejuicio
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más capacitado, por mi educación y mi estudio habitual, que una joven como
usted, para decidir lo que es debido.
Collins hizo una reverencia y se alejó para ir a saludar a Darcy. Elizabeth no
le perdió de vista para ver la reacción de Darcy, cuyo asombro por haber sido
abordado de semejante manera fue evidente. Collins comenzó su discurso con
una solemne inclinación, y, aunque ella no lo oía, era como si lo oyese, pues
podía leer en sus labios las palabras « disculpas» , « Hunsford» y « lady
Catherine de Bourgh» . Le irritaba que metiese la pata ante un hombre como
Darcy. Éste le observaba sin reprimir su asombro y cuando Collins le dejó hablar
le contestó con distante cortesía. Sin embargo, Collins no se desanimó y siguió
hablando. El desprecio de Darcy crecía con la duración de su segundo discurso,
y, al final, sólo hizo una leve inclinación y se fue a otro sitio. Collins volvió
entonces hacia Elizabeth.
—Le aseguro —le dijo— que no tengo motivo para estar descontento de la
acogida que el señor Darcy me ha dispensado. Mi atención le ha complacido en
extremo y me ha contestado con la mayor finura, haciéndome incluso el honor
de manifestar que estaba tan convencido de la buena elección de lady Catherine,
que daba por descontado que jamás otorgaría una merced sin que fuese
merecida. Verdaderamente fue una frase muy hermosa. En resumen, estoy
muy contento de él.
Elizabeth, que no tenía el menor interés en seguir hablando con Collins, dedicó
su atención casi por entero a su hermana y a Bingley; la multitud de agradables
pensamientos a que sus observaciones dieron lugar, la hicieron casi tan feliz
como Jane. La imaginó instalada en aquella gran casa con toda la felicidad que
un matrimonio por verdadero amor puede proporcionar, y se sintió tan dichosa
que creyó incluso que las dos hermanas de Bingley podrían llegar a gustarle. No
le costó mucho adivinar que los pensamientos de su madre seguían los mismos
derroteros y decidió no arriesgarse a acercarse a ella para no escuchar sus
comentarios. Desgraciadamente, a la hora de cenar les tocó sentarse una junto a
la otra. Elizabeth se disgustó mucho al ver cómo su madre no hacía más que
hablarle a lady Lucas, libre y abiertamente, de su esperanza de que Jane se
casara pronto con Bingley. El tema era arrebatador, y la señora Bennet parecía
que no se iba a cansar nunca de enumerar las ventajas de aquella alianza. Sólo
con considerar la juventud del novio, su atractivo, su riqueza y el hecho de que
viviese a tres millas de Longbourn nada más, la señora Bennet se sentía feliz.
Pero además había que tener en cuenta lo encantadas que estaban con Jane las
dos hermanas de Bingley, quienes, sin duda, se alegrarían de la unión tanto como
ella misma. Por otra parte, el matrimonio de Jane con alguien de tanta categoría
era muy prometedor para sus hijas menores que tendrían así más oportunidades
de encontrarse con hombres ricos. Por último, era un descanso, a su edad, poder
confiar sus hijas solteras al cuidado de su hermana, y no tener que verse ella