Page 77 - Libro Orgullo y Prejuicio
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ellas, y a Darcy, que seguía serio e imperturbable. Miró, por último, a su padre
      implorando su intervención para que Mary no se pasase toda la noche cantando.
      Él cogió la indirecta y cuando Mary terminó su segunda canción, dijo en voz alta:
        —Niña, ya basta. Has estado muy bien, nos has deleitado ya bastante; ahora
      deja que se luzcan las otras señoritas.
        Mary, aunque fingió que no oía, se quedó un poco desconcertada. A Elizabeth
      le dio pena de ella y sintió que su padre hubiese dicho aquello. Se dio cuenta de
      que por su inquietud, no había obrado nada bien. Ahora les tocaba cantar a otros.
        —Si yo —dijo entonces Collins— tuviera la suerte de ser apto para el canto,
      me gustaría mucho obsequiar a la concurrencia con una romanza. Considero que
      la  música  es  una  distracción  inocente  y  completamente  compatible  con  la
      profesión  de  clérigo.  No  quiero  decir,  por  esto,  que  esté  bien  el  consagrar
      demasiado tiempo a la música, pues hay, desde luego, otras cosas que atender. El
      rector de una parroquia tiene mucho trabajo. En primer lugar tiene que hacer un
      ajuste de los diezmos que resulte beneficioso para él y no sea oneroso para su
      patrón. Ha de escribir los sermones, y el tiempo que le queda nunca es bastante
      para los deberes de la parroquia y para el cuidado y mejora de sus feligreses
      cuyas  vidas  tiene  la  obligación  de  hacer  lo  más  llevaderas  posible.  Y  estimo
      como  cosa  de  mucha  importancia  que  sea  atento  y  conciliador  con  todo  el
      mundo, y en especial con aquellos a quienes debe su cargo. Considero que esto es
      indispensable y no puedo tener en buen concepto al hombre que desperdiciara la
      ocasión  de  presentar  sus  respetos  a  cualquiera  que  esté  emparentado  con  la
      familia de sus bienhechores.
        Y con una reverencia al señor Darcy concluyó su discurso pronunciado en
      voz  tan  alta  que  lo  oyó  la  mitad  del  salón.  Muchos  se  quedaron  mirándolo
      fijamente, muchos sonrieron, pero nadie se había divertido tanto como el señor
      Bennet, mientras que su esposa alabó en serio a Collins por haber hablado con
      tanta sensatez, y le comentó en un cuchicheo a lady Lucas que era muy buena
      persona y extremadamente listo.
        A Elizabeth le parecía que si su familia se hubiese puesto de acuerdo para
      hacer el ridículo en todo lo posible aquella noche, no les habría salido mejor ni
      habrían obtenido tanto éxito; y se alegraba mucho de que Bingley y su hermana
      no se hubiesen enterado de la mayor parte del espectáculo y de que Bingley no
      fuese de esa clase de personas que les importa o les molesta la locura de la que
      hubiese  sido  testigo.  Ya  era  bastante  desgracia  que  las  hermanas  y  Darcy
      hubiesen  tenido  la  oportunidad  de  burlarse  de  su  familia;  y  no  sabía  qué  le
      resultaba  más  intolerable:  si  el  silencioso  desprecio  de  Darcy  o  las  insolentes
      sonrisitas de las damas.
        El resto de la noche transcurrió para ella sin el mayor interés. Collins la sacó
      de  quicio  con  su  empeño  en  no  separarse  de  ella.  Aunque  no  consiguió
      convencerla de que bailase con él otra vez, le impidió que bailase con otros. Fue
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