Page 78 - Libro Orgullo y Prejuicio
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inútil que le rogase que fuese a charlar con otras personas y que se ofreciese
      para presentarle a algunas señoritas de la fiesta. Collins aseguró que el bailar le
      tenía sin cuidado y que su principal deseo era hacerse agradable a sus ojos con
      delicadas atenciones, por lo que había decidido estar a su lado toda la noche. No
      había nada que discutir ante tal proyecto. Su amiga la señorita Lucas fue la única
      que  la  consoló  sentándose  a  su  lado  con  frecuencia  y  desviando  hacia  ella  la
      conversación de Collins.
        Por lo menos así se vio libre de Darcy que, aunque a veces se hallaba a poca
      distancia de ellos completamente desocupado, no se acercó a hablarles. Elizabeth
      lo atribuyó al resultado de sus alusiones a Wickham y se alegró de ello.
        La familia de Longbourn fue la última en marcharse. La señora Bennet se las
      arregló para que tuviesen que esperar por los carruajes hasta un cuarto de hora
      después de haberse ido todo el mundo, lo cual les permitió darse cuenta de las
      ganas  que  tenían  algunos  de  los  miembros  de  la  familia  Bingley  de  que
      desapareciesen. La señora Hurst y su hermana apenas abrieron la boca para otra
      cosa  que  para  quejarse  de  cansancio;  se  les  notaba  impacientes  por  quedarse
      solas  en  la  casa.  Rechazaron  todos  los  intentos  de  conversación  de  la  señora
      Bennet y la animación decayó, sin que pudieran elevarla los largos discursos de
      Collins felicitando a Bingley y a sus hermanas por la elegancia de la fiesta y por
      la  hospitalidad  y  fineza  con  que  habían  tratado  a  sus  invitados.  Darcy  no  dijo
      absolutamente  nada.  El  señor  Bennet,  tan  callado  como  él,  disfrutaba  de  la
      escena.  Bingley  y  Jane  estaban  juntos  y  un  poco  separados  de  los  demás,
      hablando  el  uno  con  el  otro.  Elizabeth  guardó  el  mismo  silencio  que  la  señora
      Hurst y la señorita Bingley. Incluso Lydia estaba demasiado agotada para poder
      decir más que « ¡Dios mío! ¡Qué cansada estoy!»  en medio de grandes bostezos.
        Cuando, por fin, se levantaron para despedirse, la señora Bennet insistió con
      mucha  cortesía  en  su  deseo  de  ver  pronto  en  Longbourn  a  toda  la  familia,  se
      dirigió especialmente a Bingley para manifestarle que se verían muy honrados si
      un  día  iba  a  su  casa  a  almorzar  con  ellos  en  familia,  sin  la  etiqueta  de  una
      invitación  formal.  Bingley  se  lo  agradeció  encantado  y  se  comprometió  en  el
      acto a aprovechar la primera oportunidad que se le presentase para visitarles, a
      su regreso de Londres, adonde tenía que ir al día siguiente, aunque no tardaría en
      estar de vuelta.
        La señora Bennet no cabía en sí de gusto y salió de la casa convencida de que
      contando el tiempo necesario para los preparativos de la celebración, compra de
      nuevos  coches  y  trajes  de  boda,  iba  a  ver  a  su  hija  instalada  en  Netherfield
      dentro de tres o cuatro meses. Con la misma certeza y con considerable, aunque
      no igual agrado, esperaba tener pronto otra hija casada con Collins. Elizabeth era
      a la que menos quería de todas sus hijas, y si bien el pretendiente y la boda eran
      más  que  suficientes  para  ella,  quedaban  eclipsados  por  Bingley  y  por
      Netherfield.
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